Drama en verso, en cinco actos y un epílogo, de Pietro Cossa (1830- 1881), representado en 1878 y publicado en Turín en 1881. El drama gravita en torno a la familia de los Borgia (Borja), de la que, con alguna confusión, pone en verso las diversas peripecias. Alejandro VI, según Cossa, se vanagloria de ser «la ley divina y humana», «Dios en la tierra»; pero su lenguaje no es coherente con su conducta: unas veces aterrorizado por los remordimientos suscitados por Vanozza, la madre de sus hijos, quiere renunciar al Pontificado, otras veces se resigna a ser instrumento del Valentino; o, por fin, para sustraerse a las infamias de éste, no le queda más recurso que beber el veneno. Más consecuente, con sus celos y sus remordimientos, es Vanozza, purificada por su amor y por su amargura de madre, torturada por hijos malvados y discordes. Entre éstos, es extraño el carácter de Lucrecia, que tras haber jurado eterna fidelidad a su marido, va de matrimonio en matrimonio, según los dictados de la ambición paterna. Los otros dos hijos ofrecen un vivo contraste entre si. El mayor, el duque de Gandía, es una figura leal y caballeresca: hombre de armas, siente el peso de ser «soldado de una causa sin gloria»; amante de la mujer de su hermano Godofredo, sufre amargos remordimientos, los cuales ni por un momento conmueven la conciencia de la bella infiel.
Sobre esta mujer posa sus deshonestos ojos también el hermano menor, César, duque de Valentinois, que, para poseerla, no se detiene ni ante el fratricidio. Quitado de en medio el duque de Gandía, y arrojada la púrpura cardenalicia que siempre despreció, se revela César sediento de poder y astuto triunfador de los enemigos que le obstaculizan. ¡O César, o nada! Resuenan en sus labios, traducidas en el sonante verso, las máximas del Príncipe (v.) de Maquiavelo; el desprecio de las milicias mercenarias y de los príncipes ineptos, entre los que Carlos VIII pasa sin la menor resistencia; el sueño de una Italia fuerte y otra vez despierta. Tiene vigorosos acentos y potentes rasgos de cálida elocuencia, pero, en la acción, el hombre es mucho más mezquino que sus palabras. Además de esto, como si no bastase el drama con su rica materia, hallan eco en él los hechos históricos más dispares: la predicación de Savonarola y la coronación de Maximiliano; la muerte de Pomponio Leto y la abdicación de Celestino V; Pier Caponi y Buonarrotti; el Orfeo de Poliziano y los cuadros de Pinturicchio; el descubrimiento de Colón y el de Copérnico; todo ello aflora de las palabras de tal o cual personaje, dando a la obra la apariencia lisonjera y falaz de un caleidoscopio en el que las líneas esenciales del drama se desvanecen a cada momento.
E. Ceva Valla