Comedia de Aristófanes (450-385 a. de C. aproximadamente), estrenada en Atenas hacia el año 425 a. de C., cuando la ciudad llevaba seis años en la guerra del Peloponeso. El protagonista Diceópolis es un campesino a quien la guerra ha obligado a dejar sus campos a merced de las incursiones de los enemigos, y a sufrir privaciones e incomodidades dentro de las murallas de la ciudad. Disgustado por los manejos de los políticos y los belicistas, concluye por su cuenta una tregua con Esparta, burlándose el autor de toda verosimilitud histórica y escénica. Pero unos viejos carboneros del barrio ático de Acarna, que forman el coro del que toma su nombre la comedia, sienten envidia por tan gran privilegio y asaltan a Diceópolis. Éste, para defenderse, recurre al arma más usada en Atenas: la palabra. Se presenta a Eurípides, el poeta trágico a quien Aristófanes aborrece por sus tendencias sofísticas, y hace que le preste los andrajos que se han puesto de moda entre los personajes de sus tragedias. Vestido con ellos, para causar más impresión, según costumbre en los procesos atenienses, pronuncia un discurso, en el que, entre chistes y bufonadas, afirma el concepto serio de la comedia: el poeta prevé en la guerra la ruina del pueblo, engatusado por la adulación de los demagogos sin escrúpulos y los soldados profesionales, que sirven sólo a sus propios intereses materiales. Los belicistas están personificados por Lámaco, con los rasgos tradicionales del soldado fanfarrón; por su parte, Diceópolis encarna al pueblo ateniense, y, especialmente, al de los campos que conservaba bajo toscas apariencias un juicio sano. Es más, en ciertos puntos, el propio Aristófanes se identifica con su personaje, para recordar el proceso que su libertad de palabra le había acarreado, por parte del famoso demagogo Cleón.
La invención cómica y la alusión a la política contemporánea se mezclan, sin demasiada preocupación por la coherencia escénica, pero con irresistible efecto cómico, en una serie de escenas llenas de ocurrencias singulares. Diceópolis obtiene la aprobación de los acarnenses y contento con la paz, de la cual es el único que goza en la ciudad, comercia por su cuenta; por delante de él desfilan, para negociar, personajes pintorescos en parte realistas (un megarense y un beocio se expresan en sus propios dialectos), en parte simbólicos, y se cruza un tiroteo ininterrumpido de pullas y alusiones a figuras de la vida pública ateniense. Por fin, Diceópolis, provisto de los manjares que la guerra había suprimido de las mesas de sus conciudadanos, va a un banquete para celebrar la fiesta de las Ánforas, mientras Lámaco parte para la guerra erizado de armas y cargado de bagajes. Pero ambos vuelven a escena poco después para el contraste final. Lámaco, herido, es sostenido por sus compañeros; Diceópolis, borracho, se apoya en dos alegres muchachas, y el coro hace eco a su canción. Los Acarnenses es la más antigua de las comedias de Aristófanes que conocemos, y en su composición, a veces desligada, en su simbolismo un poco grosero, en algunas inverosimilitudes escénicas más estridentes que de costumbre, muestra cierto titubeo juvenil. Pero en esta comedia están ya de manifiesto todos los caracteres de su genio dramático: la comicidad, que parte de la sátira de su mundo de entonces, pero que pronto se eleva, con la libertad de una fantasía originalísima, a una esfera más alta y comprensiva. Por ello estas comedias conservan todavía hoy frescura y significado; gracias a la capacidad de dar vida a personajes y ambientes con pocos rasgos sugestivos, y, sobre todo, de la oposición apasionada a los vicios de la demagogia y de la sofística que trastorna los valores consagrados por la tradición; y se revela en esta comedia, a través de la franca alegría de la invención, la seriedad de una denodada conciencia moral. [Trad. española de F. Baraibar y Zumárraga (Madrid, 1880- 1881).]
A. Brambilla