[Mademoiselle Fifi]. Volumen de narraciones de Guy de Maupassant (1850-1893), aparecido por primera vez en 1882 y luego, aumentado, en 1883. La recopilación es una de las más desiguales del autor, y se mezclan en ella escritos vigorosos y característicos con muchos otros frívolos y ocasionales. A esta categoría pertenecen una serie de cuentos maliciosos y francamente escandalosos como «Marroca», «La búche», «Le lit», «Réveil» y «Mots d’amour». En el mismo plano, pero más apreciables por la finura del análisis y el sabor del estilo aparecen «La rouille», graciosa historia de la boda de un viejo gentilhombre y frenético cazador, y «Une aventure parisienne», maliciosa y ejemplar fábula satírica de una pequeña provinciana que quiere conocer la gran vida de París y combina una fugaz aventura con un célebre literato feísimo y más bien antipático.
«Mademoiselle Fifi» es el cuento antiprusiano, evocación de la guerra del 70, que nunca falta en las primeras recopilaciones de Maupassant. «Madame Baptiste» es la historia de un ser a quien un incidente casual y desgraciado, aprovechado por la malignidad burguesa del ambiente, sume en la desesperación y la muerte: asunto poderosamente original, tratado sin embargo en forma algo sumaria. Pero el tono del volumen queda realzado por cinco cuentos de gran interés, en los que el estilo de Maupassant encuentra todo su valor, la terrible concisión en lo trágico y el feliz abandono en lo cómico que son sus principales características: «Une ruse», «Un réveillon», «A cheval», «Deux amis» y «Le voleur». El primero pone en escena a un viejo doctor provinciano que narra con sugestiva sobriedad una intervención excepcional para salvar el honor y la paz doméstica de una joven dama a quien se le murió cierta noche e inesperadamente, en su propia casa, el amante.
El segundo, «Vigilia de Navidad», es un cuento de ambiente campesino en el que Maupassant da muestra de toda la escabrosa autoridad de su arte: el mismo narrador, huésped de un amigo en un castillo normando, durante una helada noche de Navidad va a visitar a la familia de papá Fournel, viejo de noventa y seis años que murió aquella mañana; la buena gente está ante la mesa y, a la petición de ambos amigos de ver el cadáver, se muestra extrañamente cohibida; por fin levanta la tabla de la mesa bajo la cual, según costumbre normanda, hay una gran artesa, y señala al pobre viejo que yace allí dentro. La nieta se excusa y se explica entre lágrimas: en la casa sólo hay una cama y durante la enfermedad del abuelo, ella y su marido durante largas noches durmieron en el suelo, pero una vez acabadas las ceremonias fúnebres, puesto que el entierro no se celebraba hasta el día siguiente y el frío aquella noche era más intenso que nunca, pensaron acostarse en la cama.
«A caballo» evoca toda la vida de una buena familia, entretejida de pequeñas miserias estoicamente soportadas, que gira en torno a un curioso episodio. Héctor de Gribelin, noble pobre, modesto empleado en el Ministerio de Marina, recibe una inesperada gratificación y decide celebrar el pequeño éxito con una salida al campo: su mujer y los hijos salen de mañana en un coche y él los acompaña montado orgullosamente en un caballo de alquiler. Pero al volver, el animal se encabrita y atropella a una mujer del pueblo. Ésta no se ha hecho mucho daño: pero el ingenuo Héctor, que ha prometido en seguida hacerse cargo de todos los gastos de la enfermedad, se ve tan despiadadamente explotado por la sórdida avaricia de la vieja, apoyada por médicos y abogados, que la aventura está a punto de provocar la completa ruina de la familia.
En «Dos amigos» asistimos a la trágica aventura del señor Morissot, relojero, y del señor Sauvage, mercero, a quienes la irrefrenable pasión por la pesca con caña impulsa, durante el cerco del 70, a una peligrosa empresa en la que ambos pierden la vida. «El ladrón» está generalmente considerado como una obra maestra del género cómico. Un viejo pintor evoca su juventud bohemia: fue invitado cierta noche a cenar con su colega Le Poittevin en el estudio del común amigo Sorieul y, después de algunas horas pasadas alegremente a la mesa, los tres creyeron que había un ladrón en la vieja habitación que servía de estudio a Sorieul. En su embriaguez organizaron una especie de expedición bélica, revestidos con viejos uniformes napoleónicos y armados de forma extraña: después de conseguir apoderarse de un viejo pillastre andrajoso, se sienten en el deber de juzgarlo y lo condenan a muerte. Pero ante la dificultad que representa la ejecución y las observaciones de Le Poittevin, acaban haciendo partícipe de su fiesta al desgraciado, hasta que, por la mañana, el ladrón se despide y desaparece, pese a las corteses protestas de los amigos, que no querían privarse de su compañía.
M. Bonfantini
Las novelas de Maupassant son novelas líricas, no por estar escritas con énfasis ni lirismo (cosas de las que efectivamente están libres), sino porque la lírica es realmente intrínseca en la configuración de la narración y determina todos sus extremos sin mezclas ni residuos. (B. Croce)