[La Reino Jano]. Tragedia en cinco actos y en verso del poeta provenzal Frédéric Mistral (1830-1914), publicada en 1890.
Su personaje central es la figura más legendaria de la historia de Provenza: Juana I, reina de Nápoles y condesa de Provenza y de Forcalquier (1326- 1382). Los provenzales sólo la vieron seis meses a lo sumo en el curso de un reinado de casi cuarenta años, lo que no impidió que guardasen recuerdo imperecedero de aquella linda soberana que, en su agitada existencia, les llegaba por mar en suntuosa galera para disculparse ante el papa Clemente VI, residente en Aviñón, de haber participado en el asesinato de su joven esposo, el príncipe Andrés de Hungría. Mistral aprovecha este drama seis años posterior a Nerto (v.), donde ya había trasladado a sus lectores de Aviñón a Arlés en tiempos del papa Benedicto XIII, para exaltar el pasado nacional de su región.
En La reina Juana, Mistral se esfuerza por rehabilitar la memoria de esta reina tan calumniada y tan poco alabada por Boccaccio y Petrarca. Esta furia casada cuatro veces, este monstruo de perversidad que según muchos cronistas hizo asesinar a tres esposos (Andrés de Hungría, Luis de Tarento y Jaime de Aragón), se nos presenta de la mano de Mistral bajo los rasgos de una soberana liberal y prudente, devota del honor, que sólo persigue en sus sucesivos matrimonios asegurarse herederos directos. El drama, cuya acción se inicia en Nápoles, tiene su epílogo en la gran sala consistorial del palacio de Aviñón. Dos personajes— históricos, por otra parte—, Filipina la Cataniense, dama de la reina, y el hermano Roberto, franciscano, preceptor del príncipe de Hungría, impulsados por el odio, fomentan las desavenencias conyugales de la regia pareja. Pronto sobreviene el asesinato del príncipe, perpetrado por la Cataniense a espaldas de la reina, ignorante de lo que se tramaba.
Príncipes, chambelanes, prelados, cortesanos, astrólogos, escuderos y pajes, caballeros húngaros, italianos y provenzales, amén del ilustre Petrarca, se congregan al final de la obra, en vistosa mescolanza, alrededor de Clemente VI, que proclama la inocencia de Juana. Algunos romances (canción de Melusina, canto de los forzados a galeras, romance del paje) prestigian esta historia que acaba felizmente al grito de «¡Vivo la reino Jano»! y con el castigo del hermano Roberto, que un cortesano atraviesa con su espada exclamando: «A l’infér, mounge indigne!»