[Dróle de voyage]. Novela de Drieu la Rochelle. Este escritor, cuya obra se sitúa entre Céline, Malraux y Montherlant, no fue jamás un verdadero novelista.
Espíritu singularmente abierto, no vio en la novela mucho más que un medio de unificar sus inquietudes de poeta, psicólogo y ensayista. No hizo problema de esta cuestión ni la planteó nunca misteriosamente: «¿Sabré en alguna ocasión contar otra cosa que mi propia historia?», escribió al principio de su Estado Civil [État Civil]. En suma, trabaja siempre sobre una trama personal. Esta es seguramente su estricta intención. Extraño viaje ilustra claramente esta afirmación. Sin querer identificar al autor con Gille, su héroe, se tiene desde el primer momento la convicción de que Drieu ha extraído de sí mismo la creación de su personaje. Digámoslo en dos palabras: Gille no es un simple reflejo del autor. Está hecho de carne y hueso y presenta tal relieve que puede ser examinado por sus cuatro costados.
En cuanto a la intriga: un minucioso discreteo, algo áspero, algo desaliñado, cruzado por unas figuras en extremo divertidas. Extraño viaje es, en suma, la historia de un matrimonio fracasado: Beatrix, la muchacha, es hija de un viejo lord un poco trastornado, que habita en Granada con sus parientes «porque la ciudad es adorable». Es inmensamente rica, bonita, aunque un poco delgada, en fin «un monstruo de delicadeza». Desde el principio, todo el mundo sueña, en cierto modo, en la posibilidad de un matrimonio entre Gille y Beatrix; la madre «porque querría colocar la carne de su carne».
Gille, que no conoce Granada, acepta la invitación. ¿Acaso porque el invierno está próximo? Gille afirma que «el llano de Granada es, ciertamente, un llano como todos los demás». He aquí cómo expresa el autor el naciente amor en su héroe: «Beatrix estaba sola en el umbral de su casa. Beatrix le amaba. ¡Ah, que delicia contemplar una silueta amiga! Pero Gille habría entrado igualmente a gusto en todas las casas del mundo con una mujer en su portal. ¡Ese modo que ellas tienen de sostenerse mal sobre un pie! ¡Ah, si todos los días hubiera una nueva mujer, y ésta fuera no obstante siempre Beatrix!». Y he aquí el fin de la novela de amor: «Decididamente amo al amor más que a las enamoradas.
Soy antes para Dios que para Beatrix. Podría añadir para aclarar la cuestión que Beatrix está excesivamente señalada por la prudencia burguesa, demasiado protegida por el dinero… Beatrix, adiós, tanto peor; la empresa de cambiarte sería excesivamente larga, demasiado peligrosa, resbalaría en tu dinero». Al viejo lord le declara que se retira «porque él no sería capaz de hacer la felicidad de su hija». ¿Era necesario escribirlo? La persona misma de Drieu está en esta huida. Ningún espíritu más oscilante que el suyo y por tanto ninguno más íntimamente contrario a sus propias debilidades y menos capaz de disimularlas. Constantemente la obsesión de sí mismo que le hizo decir: «Que el canto de mi pereza lleve consigo el rumor de mis últimas inquietudes…» Novela compleja, sutil, cruel, y, en el fondo, delicada, tan justa parece, que no puede evitarse amarla. Según la nota de Marcel Arland: «tenía tantos defectos como cualidades», una última virtud la salvaría: la clarividencia.