Recopilado bajo la dirección de Giuseppe De Robertis, Luigi Ambrosini (1833-1929) y Alfredo Grilli, el Epistolario de Renato Serra (1884-1915), publicado en 1934, conserva su valor espiritual aun aparte de las noticias que ofrece sobre la formación del crítico y los problemas de su generación. Dirigidas a familiares y amigos, entre los que destacan, además de la madre y los compiladores, maestros y literatos como Benedetto Croce y Emilio Cecchi, Giovanni Papini y Giuseppe Prezzolini, estas cartas muestran perfectamente la posición de Serra, entregado a los estudios más severos, unas veces, y otras abandonado muellemente al encanto de una impresión o una volubilidad.
De continuo se nota una perplejidad espiritual — la misma que origina el Examen de conciencia de un literato (v.) y algunos de los más singulares Escritos literarios (v.) — que tiende, sobre todo, a la confesión. Frente a un maestro como Emilio Lovarini, y a compañeros de estudio como Armando Carlini y Plinio Carli, o jóvenes literatos como Cario Linati o Cesare Angelini, Serra se muestra a veces indeciso y atormentado; inicia investigaciones que inmediatamente abandona, descubre el valor de una obra y se propone examinarla sutilmente, pero seguidamente abandona el estudio (como sucede, por ejemplo, con Folengo, respecto al cual es lamentable que Serra no escribiera, por lo menos, el ensayo prometido sobre la edición laterziana de las Macarroneas (v.), dirigida por Luzio), y las más de las veces se encierra en la contemplación del pasado a través de textos antiguos y libros de la tradición literaria.
Bajo este aspecto el Epistolario es riquísimo en análisis literarios, en proyectos de estudio y por lo general conserva aquella fervorosa realidad que tanto representa en Serra, como pensador. Son impresiones y no juicios: tales son los motivos de la crítica de Serra. En tanto ésta fluye en forma de confesiones o evasiones incluso líricas en torno a temas de estudio, las cartas proporcionan la secreta satisfacción de quien hallaba en amigos y familiares una admiración fraterna, devota, y hasta complaciente; por ello la confesión epistolar, el llanto, el deseo expresado con timidez de adolescente, hallan en la colección el sello más espléndido. Una intimidad de vida afirmada como un don natural, por encima de la herencia misma del pasado y de la incertidumbre de la realidad contemporánea, condiciona el Epistolario e ilumina su significado en la literatura del Novecientos. La obra tiene, deliberadamente, un carácter crítico y artístico y no estrictamente humano y documental, por lo que han sido excluidas otras cartas que transcribían motivos e inclinaciones diversas, por ejemplo, las de amor aparecidas en la revista «Pegaso».
C. Cordié