[Die Elixiere des Teufels]. Cuento del escritor alemán, aparecido en 1816. Fray Medardo sobre quien pesan como una maldición los pecados no expiados de sus antecesores, sometiéndose a la desgraciada excitación de un elixir misterioso guardado entre las reliquias de su convento, se ve envuelto en el torbellino de las embriagueces de la vida terrenal. Enviado a Roma por el prior, con una embajada, después que los vapores del elíxir diabólico le han hecho perder todo sentido del límite en su exaltada embriaguez de sí mismo, Medardo se ve envuelto en una serie de sucesivas, misteriosas y cada vez más intensas y complicadas aventuras.
Encendido por una pasión profana hacia una joven, Aurelia, en quien reconoce a la «Urbild» de santa Rosalía en el retablo del altar del convento de Heiligen- linde, donde tantas veces oró en su infancia, y, al mismo tiempo, por la voluptuosidad de un amor adúltero en brazos de la madrastra de ella, Eufemia, se ve arrastrado a un doble delito en la persona de la misma Eufemia y del hermano de Aurelia, Hermogen, que se atraviesa en su camino. Abandonado el solitario castillo en el Jura francés, Medardo encuentra refugio en una gran ciudad, donde convive y es asistido por un extraño barbero italiano, Pedro Belcampo, que misteriosamente conoce su pasado y que consigue salvarle, aun cuando un anciano pintor, que ya una vez en la iglesia del convento, durante un sermón, se le había aparecido, observándole con fría e inexplorable mirada de juez, ahora abiertamente le acusa por complicidad en el homicidio.
En la tranquila casa de un guardabosque, en el corazón de la selva, parece encontrar al fin una existencia pacífica; pero es allí precisamente donde empieza su más dramática aventura, pues allí se encuentra a sí mismo: un monje que se le parece totalmente, llega de su mismo convento y también está cargado con sus mismos delitos y remordimientos; durante la noche, su sosia irrumpe inesperadamente en su habitación, le arrebata el último residuo de elixir, que Medardo llevaba consigo, y da tales muestras de locura que ha de ser transportado, atado de pies y manos, al manicomio de la próxima ciudad, residencia del príncipe Alejandro. También Medardo se dirige al día siguiente a la ciudad; en poco tiempo encuentra manera de hacerse presentar a la corte y conseguir el favor del príncipe; todo parece sonreírle cuando encuentra en la corte a Aurelia, quien inesperadamente reconoce en su sonrisa satánica al asesino de su madrastra y de su hermano.
Medardo es detenido; y en la cárcel, de repente, por la noche, se abre el pavimento bajo sus pies y aparece, en una luz espectral, «de la cintura para arriba», el monje loco, su sosia. Entonces surge el problema de cual de los dos es el verdadero culpable: Medardo o su sosia. Pero éste asume todas las culpas. Medardo, reintegrado en su honor y en el favor de la corte, está a punto de alcanzar el colmo de sus deseos: Aurelia consiente en ser su esposa, pero durante la ceremonia nupcial, su sosia es llevado al patíbulo. Medardo, viendo aquello, fuera de sí, grita que es él el verdadero culpable y huye, perseguido por su sosia, al bosque próximo. Cuando vuelve en sí, Medardo se encuentra en una casa de salud, en Italia, adonde le ha llevado el barbero Belcampo, otra vez su salvador; curado, se dirige en peregrinación a Roma y por fin vuelve a su patria y a su convento, precisamente cuando Aurelia, en el próximo convento de Heiligenlinde, está a punto de tomar el velo. La pasión brota de nuevo, pero ahora Medardo es el más fuerte. Ha vencido, y en la expiación, que salva su alma y la de sus mayores, encuentra una paz que ni siquiera la trágica muerte de Aurelia consigue turbar.
El largo cuento, en torno al cual Hoffmann trabajó durante dos años, es una de las obras de mayor alcance del poeta. Todos los grandes motivos hoffmannianos, desde el sentimiento de la angustia de vivir hasta la romántica poesía de la voluptuosidad, desde los «aspectos nocturnos de la vida» — argumento de un conocido libro de Schubert que Hoffmann apreciaba mucho — hasta el desdoblamiento de la personalidad, desde el desarrollo a modo de contrapunto de las relaciones entre realidad y fantasía hasta la tendencia a lo «grotesco», ya dramático ya humorístico, aparecen en la narración condensados, comprimidos, llevados a menudo a tonalidades exasperadas. Pero precisamente por esto el cuento — a pesar de que cautiva — desorienta.
Desde el idilio del principio a la movida aventura de la primera parte o a la dramática excitación y alucinada visión de algunas escenas de la segunda parte, no faltan los momentos de auténtica poesía intensa. Pero Hoffmann quiso «introducir en la obra demasiadas cosas»; demasiados significados simbólicos, problemas religiosos, morales, estéticos: todo el fruto de sus fantasías y meditaciones, todo el arsenal romántico y realista de su poesía; y todo ello no consiguió siempre fundirse, clarificarse: la misma figura de Medardo vive sólo episódicamente; pero no tiene, en el conjunto de la narración, un sólido contorno. Sin embargo el cuento, aun con todo lo que tiene de turbio, de confuso y de forzado, perdura como una de las obras más singulares de Hoffmann y abre muchos portillos al mundo de su poesía y al inquieto mundo espiritual de su personalidad extraordinaria. ITrad. de D. A. M. en Obras completas. Cuentos fantásticos (Barcelona, 1847) y de Carmen Gallardo de Mesa en Cuentos (Madrid, 1922- 24)].
B. del Re