El joven subteniente Giovanni Drogo es enviado en misión de servicio a un lejano fortín situado en los confines del país, en una zona semiexplorada. Al norte del fortín se extiende el desierto por el que se teme una invasión de los tártaros. Todo se halla dispuesto para afrontarla: los severos turnos de guardia, el reglamento rígido y complicado, o el adiestramiento que determina el ritmo de la vida cotidiana. Pero la invasión, siempre anunciada, no se produce: cuando un grupo de personas se acerca a las murallas por el desierto, creando la alarma en la guarnición, no tarda en descubrirse que son tan sólo unos agrimensores que están trabajando para determinar la línea fronteriza. En realidad, toda la vida parece funcionar de acuerdo a un ceremonial tan intransigente como desprovisto de sentido.
Drogo es ascendido de graduación y obtiene un permiso para visitar la ciudad: aquí, sin embargo, advierte que ha perdido todo contacto con el mundo de los «civiles» y que no le encuentra razón a su vida, fuera de esa interminable espera del enemigo. Una vez ha vuelto al fortín, se ve consumido por esa angustiosa y singular vida cotidiana y cae enfermo: es entonces cuando tiene lugar el acontecimiento tenido ya por improbable. Los tártaros avanzan por el desierto. Drogo no puede participar en los preparativos para la defensa y muere olvidado por todos.