Dos comedias dramáticas españolas en tres actos y en verso tienen este mismo título: una de Lope de Vega (1562-1635), publicada en 1600, y la otra, derivada de ésta (pero mucho más importante), de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), publicada en la Parte XX (1636) de su teatro. El argumento, que se inspira en un ruidoso suceso histórico que ocurrió entre 1580 y 1581 durante las operaciones militares con ocasión de la elevación de Felipe II al trono de Portugal, es presentada por Lope como un típico drama de honor que pone en conflicto los privilegios aristocráticos contra la justicia del pueblo, conflicto que sólo la intervención del rey puede resolver. El valeroso jefe don Lope de Figue- roa, aun condenando su conducta, se encuentra en la necesidad de defender con la autoridad de su grado a dos capitanes suyos culpables de haber deshonrado a las hijas de Pedro Crespo (v.), alcalde de la aldea donde se ha detenido su ejército. Contra la justicia militar se levanta la justicia popular, representada por el Alcalde, que primero implora y luego exige que los dos nobles reparen con el matrimonio la ofensa consumada.
El conflicto de las dos justicias, que amenaza con derrumbar el orden constituido, es resuelto por la intervención del rey, que es el símbolo y depositario de ese orden. Pero ese tema, que será desarrollado por Calderón con total continuidad dramática, es tratado por Lope de manera bastante débil y desigual. En su comedia, para indicar las variantes más notables que este primer Alcalde ofrece respecto al segundo, las hijas del alcalde de Zalamea son dos en vez de una, y dos son los capitanes seductores; bien diversas de la Isabel calderoniana, las dos hijas del primer Pedro Crespo coquetean con los capitanes y, seducidas por una promesa de matrimonio huyen voluntariamente con ellos. Faltan además, salvo la figura de Lope de Figueroa, los personajes que Calderón supo crear como característico acompañamiento del argumento. Es éste uno de los trabajos de Lope más desiguales y más artificiosos, pero es menester tener presente que esta impresión está en gran parte determinada por la excepcional grandeza de la imitación calderoniana.
A. R. Ferrarin
* En el drama de Calderón, desaparecidas las duplicaciones de los personajes, el argumento se desarrolla con perfecta unidad de ambiente. Mientras el ejército del Duque de Alba marcha contra Portugal para asegurar en la cabeza de Felipe II la corona de ese reino, en Zalamea de la Serena, pueblo de Extremadura, se alojan algunos destacamentos del cuerpo mandado por don Lope de Figueroa. El rico campesino Pedro Crespo aloja en su casa al capitán don Alvaro de Ataide que, encaprichado con Isabel, la bella hija de su anfitrión, comienza a poner sitio a su virtud. Isabel es una muchacha que sabe defenderse sola; su padre y su hermano Juan la vigilan celosamente y los ardides del capitán, a quien su capricho impele al abuso de autoridad, son en definitiva desbaratados por la llegada súbita del viejo general Lope de Figueroa, soldado rudo, pero celoso guardián del orden. Cuando los destacamentos se van de Zalamea, y con ellos parte también Juan Crespo, que se ha alistado en el ejército, Alvaro de Ataide, con la complicidad del sargento Rebolledo y de la coima de éste, Chispa, rapta a Isabel, y después de haber reducido a la impotencia al pobre Pedro Crespo, se la lleva para violarla. Isabel huye, y cuenta a su padre su deshonra. Mientras Pedro Crespo vuelve a Zalamea meditando su venganza, el concejo municipal se ha reunido y ha nombrado alcalde del pueblo al padre ultrajado.
Éste, valiéndose de su nueva autoridad de juez, manda arrestar a Alvaro de Ataide y a sus cómplices, y cuando le traen a su presencia al infamador, primero le suplica como padre, rogándole humildemente que repare la falta cometida y se case con Isabel, y después, cuando advierte que el soberbio noble no está dispuesto a aceptar semejante forma de reparación, empuñando su vara, símbolo del poder judicial y ejecutivo que el rey concedía al alcalde, le juzga y le condena a muerte. Cuando se entera de que un paisano ha osado condenar a muerte a un noble oficial del Ejército, don Lope de Figueroa acude para recordar al alcalde de Zalamea que es otro el tribunal que ha de juzgar a un culpable de aquella categoría. Vista la obstinación de Pedro Crespo, intenta hacer que sus propios soldados liberen al preso, pero el fiero alcalde de Zalamea le pone ante ^1 hecho consumado: sus alguaciles traen ante el general el «garrote» en que está atado el cadáver del capitán, ajusticiado como un plebeyo por los verdugos de Zalamea. A resolver el conflicto de jurisdicción acude el propio Felipe II, quien, informado de lo sucedido, en su cualidad de juez supremo resuelve el conflicto en favor del oscuro magistrado plebeyo, nombrándole además alcalde perpetuo de Zalamea. Calderón, que por lo general crea personajes conceptuosos y fantásticos, en este drama ha sabido crearlos de una verdad y una vitalidad sin precedentes en la historia del teatro español. Su Alcalde de Zalamea ha eclipsado completamente a su modelo lopiano, pero sus deudas para con su gran predecesor son tantas, que se podría decir, sin temor a incurrir en paradoja, que el segundo Alcalde de Zalamea, es la obra maestra de Lope de Vega, realizada por Calderón.
Todos los motivos del drama, comenzando por el de «El mejor alcalde, el Rey», son del mundo teatral de Lope; pero también es verdad que Lope no supo jamás escribir un drama tan grande, tan español y tan universal a un tiempo. Menos genial que Lope, pero más hábil conocedor de la técnica teatral, Calderón supo concentrar en su Alcalde de Zalamea todas las virtudes del gran teatro del Siglo de Oro, y al mismo tiempo evitar rigurosamente los defectos de corte y de medida que limitan en la mayor .parte de los casos la eficacia poética y teatral de sus producciones. Fiel al principio lopiano de la importancia del coro en la obra teatral, Calderón en este drama ha sabido trazar, como animado fondo de las estatuas gigantescas de los protagonistas, una muchedumbre de personajes menores, de figuras inolvidables, como la de don Lope de Figueroa, noble soldadote, la de Don Mendo, hidalgo sin dinero y quijotesco, la de su criado Ñuño y la de Chispa, avispadísima, soldadera. Pero son llamaradas de comicidad que rompen fugazmente la sombría atmósfera trágica que pesa sobre toda la comedia. En su centro está el dolor de un padre que se siente cruelmente herido en sus más santos afectos, en la inocencia de su hija y en la pureza de su casa. La venganza que él toma brota de un sentimiento que es pura naturaleza; y por lo tanto superior a toda ley positiva y humana. Este sentimiento es unlversalizado por un arte que lo representa como experiencia individual y concreta.
A. R. Ferrarin