[Briefwechsel und Tagebücher]. Estos diarios de la princesa Amalia Adelheid von Gallitzin (1748-1806), publicados en tres volúmenes en 1874-76, no sólo reflejan la vida íntima de una interesante mujer, cuanto el pensamiento y la vida de una sociedad de hombres formados en los moldes del siglo XVIII, en torno a la Gallitzin y al filósofo Hamann, en la católica Münster. En la historia del pensamiento alemán, Hamann (v. Metacritica) representa la reacción de la fe contra la Ilustración y contra Kant.
Cuando el filósofo se encontró con la Gallitzin que se había entusiasmado con Klopstok y profesaba el culto del pensamiento casto y la dedicación a Dios, se formó el círculo de amigos que tenía su punto de reunión en la modesta casa de Münster o en la villa de Angelmodde. Los diarios de la princesa, contienen la historia de su desenvolvimiento espiritual, del 1783 al 1792, y sólo se comprenden puestos en relación con el período en que se escribieron; el período de la «sensibilidad», del pietismo, del amor idílico por la naturaleza, de las meditaciones, y el repliegue en sí mismo.
Hija de un mariscal de campo de Federico II, protestante, y de una noble católica, Amalia fue educada en la fe del padre; de éste heredó el gusto por la vida intelectual y por el espíritu volteriano, y estaba ya para lanzarse por los caminos de la Enciclopedia, cuando se casó con el príncipe lituano Demetrio Golicyn (nombre germanizado en Gallitzin), que la llevó consigo a La Haya, donde ella, bella e inteligente, sostuvo espléndidamente su posición de embajadora de Rusia. Allá conoció al filósofo Hemsterthuys, quien a través de la lectura de los diálogos platónicos, la hizo creer de nuevo en la inmortalidad del alma y en la dignidad de ésta. De la amistad entre el Sócrates-Hemsterthuys y la Diótima-Amalia nacieron en ella el disgusto por la frívola vida del mundo diplomático y cortesano, y la resolución de abandonar a su marido y retirarse a un rincón tranquilo a educar a sus hijos María y Demetrio.
Al período filosófico sucedió pronto el período religioso; y habiendo ido a Munich para consultar sobre ello al príncipe Fürstemberg, primer ministro de Westfalia y preocupado por los problemas pedagógicos, reconoció en él al hombre elegido como el más adecuado para guiarla en su futura existencia; eligió entonces Münster como morada, y entrando entretanto en relaciones con Jacobi y con Hamann, los «filósofos de la fe», la inclinaron definitivamente al cristianismo y al misticismo. Comenzó en ella el trabajo religioso, la lucha diaria contra el pecado, la laboriosa conquista de Dios. Entonces escribió los diarios: «para el Señor y para mi conciencia», pensando en que más tarde podrían también servir a sus hijos y a sus amigos.
Las continuas autoacusaciones de falta de firmeza, de recaídas en la vanidad, etc., dan a los diarios un tono de aflicción y desconsuelo. Página importante es la de la muerte de Hamann (al que hizo sepultar bajo una pequeña colina de su jardín); y antes un diálogo entre Amalia y el filósofo, en el que se revela su profunda humildad y su conmovido amor por la sencillez que le había llevado a la convicción de que «el genio es sobre todo sencillez».
Otra hermosa página es la de la visita de la princesa a Jacobi en su vieja casa de Tempelhof; lo son también todas las que se ocupan de Bernhard Overberg, dotado de extraordinarias aptitudes pedagógicas y factor importante en la conversión al catolicismo de Fritz von Stollberg. Este ambiente, ardientemente católico, no era ni estrecho ni intolerante; lo prueban las palabras de Goethe, que en 1792 volviendo de la campaña francesa, fue por algunos días huésped de la princesa: «En esta casa tenían lugar conversaciones llenas de espíritu y de cordialidad, serias por su contenido filosófico, serenas por su contenido artístico. Todos se comportaban allá de modo sociable e inteligente y sin estrechez alguna de ideas».
B. Allason