Obra de R. de Cota, llamado el «Viejo» y «Tío», para distinguirle de algún sobrino suyo del mismo nombre; hizo causa común con los cristianos viejos, degolladores de sus hermanos los conversos, por cuya indignidad fue objeto de los dardos satíricos de Antón de Montoro, de su misma raza. Compuso unos versos burlescos (que en 1894 dio a conocer M. Foulché-Delsbosch), hacia 1472, contra el contador Diego Arias Dávila, porque no le convidó a la boda de un hijo o sobrino suyo con una parienta del gran Cardenal de España, composición interesante como documento histórico, por las alusiones a costumbres de los hebreros españoles, pero carente de valor poético.
A Gómez Manrique también le contestó Cota sobre la pregunta de si hubo antes reyes que caballeros. Se le han atribuido con poco fundamento, las sátiras políticas Coplas de Mingo Revulgo y Coplas del Provincial, y también (como a Juan de Mena) el primer acto de La Celestina. La obra que le ha dado justa fama es el Diálogo entre el Amor y un caballero viejo (Medina del Campo, 1569), delicada poesía que contiene elementos líricos y dramáticos, más o menos rudimentarios. Ante un viejo, retraído en una huerta, seca y destruida, súbitamente aparece el Amor. He aquí cómo sitúa el autor a sus personajes:
«…a manera de diálogo entre el Amor y un Viejo, que escarmentado de él, muy retraído se figura en una huerta seca y destruida, do la casa del placer derribada se muestra, cerrada la puerta en una pobrecilla choza metido, al que súbitamente paresció el Amor con sus ministros, y aquél humildemente procediendo, y el Viejo en áspera manera replicando, van discurriendo por su fabla, hasta que el Viejo del Amor fue vencido».
Es decir: que el Viejo empieza por increpar al Amor, causa de afanes, celos y pasiones en los hombres, y se felicita de estar fuera de su dominio:
«La beldad de este jardín / ya no temo que la halles, / ni las ordenadas calles, / ni los muros de jazmín, / ni los arroyos corrientes / de vivas aguas potables, / ni las albercas y fuentes, / ni las aves producientes / los cantos tan consolables…»
El Amor responde mostrando su aspecto halagüeño: el Anciano acaba por convencerse. El Amor abraza al imprudente Viejo, como éste pide, reanimando aparentemente su cansado vivir; le comunica su fuego oculto, y así que lo ve sometido, se burla descaradamente de él y de sus muchos años. Dos elementos hay en esta composición: la controversia entre ambos personajes, que es una de las muchas disputas en que abunda la literatura medieval (disputa de Elena y María, del alma y el cuerpo, del agua y el vino, etc.), y el vencimiento del Viejo por el Amor, con el consiguiente descalabro (y en esto último es donde está propiamente lo dramático de la obra).
El pensamiento capital de este poemita, profundamente filosófico y humano, tiene algún parecido con la leyenda de Fausto y aun con el episodio del viejo Filetas de las Pastorales de Longo. Hay varias derivaciones o imitaciones del Diálogo citado: en un códice de la Biblioteca Nacional de Nápoles, que es más bien un calco del primero, e inferior a éste; Juan del Encina escribió la Égloga de Cristino y Febea, inspirándose en Rodrigo de Cota.
C. Conde