La música de Bela Bartok (1881-1945) sintetiza, en gran medida, las tendencias musicales del siglo XX y, al tiempo que se remonta hasta las fuentes del folklore y del canto popular, no se olvida de ninguno de los descubrimientos armónicos o rítmicos de sus predecesores, revelándose conjuntamente fruto de la inteligencia y del corazón, y jamás, incluso en sus complejidades más eruptivas, fruto del cálculo.
Los seis Cuartetos para cuerda marcan otras tantas etapas en la vida de Bartok y cada uno de ellos alude al descubrimiento que el compositor lleva a cabo por la época en que lo escribe. El Primer Cuarteto (-1908) se inicia, con un «Lento», en el que se desenvuelve una fuga cuyo tema y contrátema están unidos por los doce sonidos cromáticos; tímida aparición del dodecafonismo que tendrá para Bartok un crédito bastante restringido. El «Allegretto» y el «Allegro» son notables por sus combinaciones armónicas y contrapuntísticas. El II Cuarteto (1916) se adapta a la arquitectura de forma «sonata», con sus tres movimientos: «Moderato», «Allegro» y «Lento». Aquí Bartok’ todavía se nos revela como maestro en el arte del contrapunto, pero, sobre todo, centra su interés en las combinaciones rítmicas que le brindan los temas de inspiración netamente folklórica. El III Cuarteto (1927), de forma cíclica, es un ensayo que intenta transponer las sonoridades de la orquesta al dominio de la música de cámara. La «Strette» del final es de una riqueza armónica y rítmica turbadora, poniendo de manifiesto una gran habilidad de escritura y un arte especialísimo para extraer, de complejos conjuntos sonoros, frases melódicas de absoluta pureza y simplicidad.
La obra consta de cuatro movimientos: «Moderato», «Allegro», «Moderato» (recapitulación de la primera parte) y «Allegro molto». El IV Cuarteto (1928) ofrece una forma cíclica más cerrada que el anterior, no porque los temas sean idénticos en los cinco movimientos, sino porque todos se derivan unos de otros. La partitura es menos frondosa que las precedentes; de un lirismo casi romántico y de una expresión áspera y tensa. Este bloque musical de mármol, sin una sola grieta, consta de cinco partes: «Allegro», «Prestissimo» (con sordina), «Non troppo lento», «Allegretto» (en pizzicatti) y «Allegro molto». El V Cuarteto (1934) podría muy bien subtitularse «Apoteosis del ritmo y de la danza», y Bartok no busca con él alzar un monumento de líneas rigurosas, sometido a un plan muy estricto. Aunque no tome directamente sus temas del folklore magiar, cuando menos se inspira en su espíritu. Como en el III Cuarteto, aquí Bartok alcanza el límite de lo que se puede pedir a los instrumentos y recurre a efectos sonoros de una diversidad prodigiosa. Consta de cinco movimientos: «Allegro», «Adagio molto», «Scherzo alia bulgarese», «Andante» y «Allegro viva- ce». El VI Cuarteto (1939) permanece fiel a los temas específicamente húngaros, pero señala un retorno de Bartok a la arquitectura asaz frondosa de sus primeros Cuartetos. Un mismo tema, expuesto en solo de viola, en el primer movimiento, sirve de célula germinal a toda la pieza. En esta partitura se pone de manifiesto la neta influencia melódica de Beethoven. Sus cuatro partes son: «Mesto vivace», «Mesto marcia», «Mesto burletta» y «Mesto».