[Entretien d’un pére avec ses enfants ou Du danger de se mettre au-dessus des lois]. En esta narración dialogada (publicada en 1773 y escrita, o por lo menos concebida, en 1770, con ocasión de una visita del autor a su casa paterna en Langres), Denis Diderot (1713-1784) se complugo en acudir a sus recuerdos familiares, poniendo en escena a su propio padre (hombre de una escrupulosa y celebrada rectitud), a sí mismo, a su hermana y a su hermano sacerdote. Una tarde de invierno, junto a la lumbre, el anciano confía a su hijo un episodio de su vida que ha sumido su conciencia en cruel perplejidad. A la muerte del centenario párroco de Thivet, sus numerosos parientes, paupérrimos, lo habían invitado y rogado que fuese árbitro en la partición de la herencia que, según toda verosimilitud, les iba a tocar. Pero al hacer el examen de los papeles del párroco, por la noche, él había encontrado un testamento autógrafo a favor de un riquísimo comerciante de París.
El documento, antiquísimo, indicaba como ejecutores a personas que habían desaparecido hacía ya veinte años; todo invitaba a creer que el párroco, en el curso de su larga vida, había olvidado aquel testamento y cambiado de idea. El narrador confiesa que al momento le habían venido tentaciones de quemar el testamento, que privaba de toda esperanza a tanta pobre gente para beneficiar a un ricachón sin ningún merecimiento. No pudiendo resolverse, había acabado por pedir consejo a un padre oratoriano conocido suyo, que gozaba fama de gran casuista, el cual le había aconsejado e impulsado a comportarse según el texto del documento. Y así lo hizo; pero la desesperación de aquellos infelices ilusos y la dureza del rico heredero, suplicado por él en vano para que renunciase al pequeño legado, le habían llegado al corazón, y aquel recuerdo le atormentaba aún después de tantos años. Como es natural, se abre discusión acerca de aquel episodio, en el curso de la cual, el Diderot filósofo, sin faltar al afectuoso respeto por el austero carácter de su padre, no oculta su opinión, que es diametralmente opuesta a la del padre oratoriano y a la de su propio hermano presente. Aquella misma noche se presenta un capellán acompañado de un amigo de Diderot padre, para pedirle consejo acerca de un caso análogo en el cual está aquél directamente interesado.
Finalmente el hermano sacerdote lee, en la Description de la Sicile, par le pére Labat, la historia del «zapatero de Mesina»: un buen hombre que había vivido, según parece, en tiempos de la dominación española, escandalizado por la enorme cantidad de delitos que quedaban impunes por la indiferencia y la incapacidad de los funcionarios públicos, se había puesto a instruir procesos por su cuenta y a ajusticiar por su mano a los culpables más manifiestos. Durante la comida y después de ella, prosigue la discusión que, a pesar de continuar en tono bondadoso y familiar, tiende a elevarse a la antigua cuestión de las relaciones entre las leyes y la verdadera justicia, o sea entre el derecho «objetivo» y el derecho «natural». Finalmente Diderot, abrazando a su padre, que se retira para irse a dormir, le susurra al oído: «La verdad es, padre mío, que para el hombre justo y prudente no existen leyes»; a lo que el anciano responde, también en voz baja: «No me desagradaría que existiesen en la ciudad uno o dos ciudadanos como tú; pero si todos pensaran así, yo no viviría en ella.» Es fácil relacionar esta conversación con numerosas fábulas morales o cuentos filosóficos de tema y carácter semejantes muy de moda durante el siglo XVIII. Pero el genio de Diderot, innovando en el tema, consigue un escrito sugestivo y original, pone la discusión en una atmósfera realista y poética, y aviva de continuo el interés en torno a los sutiles problemas de conciencia que va proponiendo con su brioso y epigramático estilo.
M. Bonfantini