[Canzoni di Re Enzio]. Obra de Giovanni Pascoli (1855-1912), del período boloñés dedicado, como tributo de homenaje, a los recuerdos de esta ciudad. Publicada en 1909, fue después incluida en el vol. X de sus obras junto con los Poemas Itálicos (v.). Comprende tres partes o canciones: «La canción del Carroccio», «La canción del Paraíso», «La canción del Olifante», dirigidas «a divulgar, cantando como un juglar de la Edad Media, los nobles estudios del gran maestro que Bolonia tiene la buena suerte de hospedar, Pío Cario Falletti, y del otro al que Bolonia tiene la gloria de haber dado a luz, Alfonso Rubbiani…». De ahí el título con referencia a las «chansons de geste», cuyo metro reproduce sobre la base de endecasílabos cerrados por un heptasílabo, y su tono, que se propone ser heroico, conveniente a la materia tratada, histórica y legendaria a la vez: la historia del municipio boloñés en su momento más glorioso, después de la batalla de la Fossalta y la captura del rey Enzio, hijo de Federico II. De ahí surge la narración: todo el pueblo se prepara para ir a recibir a Inocencio IV, y se agrupa alrededor del victorioso «Carroccio» (carromato en que se transporta el altar). Esa primera canción es poéticamente la más débil, y sirve sólo de preparación para las dos siguientes. Los capítulos «El Rey» y «El Papa» son los más expresivos y bellos, porque hacen la inspiración más verdaderamente histórica, en el señalado contraste entre los principios políticos antitéticos de aquel siglo, el Imperio y el Papado.
El poeta imagina que el aguilucho prisionero contempla desde una ventana del Arengo la marea del pueblo entusiasmado, y se siente alcanzado como por un viento impetuoso. Lo demás (once cantos en conjunto) es poesía de acompañamiento, de reconstrucción histórica erudita, en cuadros sueltos, narrativos o descriptivos (por ejemplo, el VI, donde se describe el «primer Carroccio») y de ilustración histórica retrospectiva de las glorias guerreras del municipio y de Italia en general. El poeta se deja transportar en el tiempo, se hace espectador, mezclado con la muchedumbre de campesinos y soldados, pero su realismo minucioso quita a su poesía hasta la posibilidad de expansionarse en los horizontes que toda visión histórica requiere. Y el poeta se ve obligado a comentarse a sí mismo con partes intercaladas o con notas en el texto. Mejor es «La canción del Paraíso», de contenido en gran parte idílico, con el relato de los amores de Enzio con una esclava del condado, Flor d’Uliva, y constituye una de las más bellas páginas de amor de Pascoli. Y todo aquel idilio está como recamado de motivos y pormenores de poesía popular antigua que, cuando no degenera en mera literatura o en resabios eruditos, como cuando hace hablar al rey en la lengua de su tiempo, sirve para mantener el encanto de lejanía y de fábula de la narración, y contiene pormenores de poesía rústica, fresca y bella, aunque con preciosismos de sutilezas alejandrinas («El birlocho», «El ruiseñor», «Falconello»). Se entreteje en la narración el acontecimiento histórico de la liberación de los siervos, decretada por el municipio (1257), y del libro llamado del «Paradisus» (de la frase bíblica inicial «Paradisum voluptatis…»), en que los nombres de los liberados fueron registrados, toma título la canción en elogio de aquel episodio. Tampoco aquí desfallece la poesía; los endecasílabos avanzan firmes con acentos resonantes de foro, y en ellos Pascoli halla de nuevo la bella inspiración de su poesía social. Es mejor todavía la tercera, «La canción del Olifante», la única verdaderamente heroica.
El poeta imagina con lograda ficción, que en el día y en la hora misma en que Manfredo cae cerca de Benevento, un juglar que ha llegado de Bolonia canta en la plaza, según la costumbre del tiempo, la «Rota de Ronces valles», que aquí está intercalada por estrofas en la narración según el texto original, traducido por el mismo Pascoli, del Cantar de Roldán (v.). Resulta de ello un contraste de vivo dramatismo, que experimenta el joven, entre el sentimiento de su impotencia y el presentimiento que le acompaña, de aquella otra derrota en que con la muerte de Manfredo y el fin del Imperio se ponía fin a toda esperanza suya; su corazón lucha y se estremece como el de un águila prisionera, con su anhelo por la lucha y el combate, situación de profunda humanidad que al paso que no ofende a la historia, la pone al servicio de la poesía.
C. Curto