[Chansons]. Bajo este título se recoge generalmente la producción poética de Pierre-Jean de Béranger (1780-1857), que se desarrolló sobre todo entre 1812 y 1830. La mayor parte de dichas poesías está formada de «cancioncillas» propiamente dichas, compuestas para ser cantadas sobre aires ya conocidos, aunque estén cuidadas de estilo y elegancia. Después de haber empezado con una serie de breves odas alegres (según la tradición de las viejas «chansons á boire»), Béranger pasó a la sátira de costumbres e incluso a la sátira política; el gobierno clerical y reaccionario de la Restauración fue atacado por él con característico brío mordaz. Por ello es quizás uno de los máximos creadores de la leyenda napoleónica, al oponer los tiempos gloriosos del Imperio a la ruindad contemporánea. En la gran variedad de asuntos podemos distinguir algunos temas predominantes. Hay sobre todo la canción alegre, cuya desenvoltura llega a menudo a un fácil cinismo reidor: ya se burle de la fingida estupidez del marido cornudo y satisfecho («Le Sénateur»), ya aplauda despreocupadamente la facilidad de las costumbres femeninas («Ma grand’mére», «La bonne filie»), o se contente con agradables pasatiempos sobre las alegrías de una buena mesa o sobre los juegos del Amor (y en esta línea alcanza algunas veces verdaderas obras maestras menores, como en las dos cancioncillas, graciosísimas, «Les cartes ou l’Oroscope» y «La Gaudriole»). Otro tema similar a éste, pero más influido por el romanticismo, es el de las poesías que celebran la despreocupada felicidad que puede disfrutarse incluso en la miseria, cuando el corazón es joven, puro y generoso («Ce n’est plus Lisette», «Le Roi d’Yvetot», «Roger Bontemps», «Le grénier», «Au galop» y la famosísima de «Les gueux). Y hay por fin las canciones propiamente políticas: las violentas sátiras contra el gobierno de los Borbones, contra el clericalismo, la vieja nobleza reaccionaria y, por contraste, la exaltación de los gloriosos recuerdos de Napoleón («Le marquis de Carabas», «Les in- finiment petits», «La requéte», «La bonne vieille», «Le fils du Pape», «Le bon Dieu», «Le vieux drapeau», «Le cinq Mai», «Les souvenirs du Peuple»).
Volteriana, sentimental con frivolidad, política y satírica, pero con alegre sencillez, lejos de toda complicación doctrinaria o de incisos moralizadores demasiado trágicos, la poesía de Béranger es típica del primer momento del siglo pasado en que la sociedad está todavía impregnada de las costumbres y las ideas del XVIII y el romanticismo se empeña en acabar definitivamente con las formas literarias y con el espíritu del Antiguo Régimen. Después de 1830, con la llegada de nuevos tiempos y de una atmósfera social incomparablemente más seria, la musa de Béranger calló y él aceptó de buen grado dormirse sobre sus laureles, disfrutando de su amplísima popularidad. Su arte, al principio admiradísimo, fue a continuación juzgado bastante severamente: Renán, poco después de su muerte, quiso hundir su obra con un célebre artículo. En realidad muchas de sus canciones resultan de estilo demasiado fácil y trivial, escritas todas ellas para el canto, sufren de la ausencia de música y a menudo el estribillo fatiga en la simple lectura. Sin embargo, hay una gracia ligera en ciertos compases, un tono de sátira fantástica y divertida pero eficaz y una viveza de expresión que distinguen el mediocre estilo de este «chansonnier» y hacen considerarle, no sin méritos, el perfeccionador del género. La cancioncilla de Béranger caracteriza una época y personifica una de las tendencias típicas del espíritu francés: los más célebres «vocalistas» parisienses contemporáneos pueden con buen derecho llamarse sus herederos.
M. Bonfantini
Ha impulsado la canción hasta el punto en que deja de ser tal: es su gloria, pero implica un pequeño defecto. (Sainte-Beuve)
Béranger tenía todas las cualidades necesarias para un poeta popular. Escribió para ser cantado más que para ser leído. (Wilde)
La poesía de Béranger se convirtió en intérprete de todos los sentimientos populares que la Restauración pisoteaba. (Lanson)