Las treinta y tantas poesías que nos han llegado de Arnaut de Maruelh (cuya actividad literaria se desarrolló entre 1170 y 1200) no tienen rasgos que las distingan de entre el cuadro de producción trovadoresca, y así Arnaut de Maruelh—como Gaucelm Faidit, como Aimeric de Pegulhán, como Pons de Capduelh — es uno de tantos que se pierden en la generalidad de la escuela y de la tradición. Las fórmulas y los temas comunes de la poesía trovadoresca se les encuentra expresados, como ha sido escrito, con «tranquila y armoniosa elegancia». Una «abundante y graciosa facilidad», que reconocen Raynouard y Fauriel, subraya la dulzura del tono. Pero serían buscados en vano acentos vivos e intensos en la poesía de Arnaut, en la cual se encuentra una delicada finura que disfraza, en cierta manera, la substancial banalidad. En la tradición trovadoresca Arnaut de Maruelh pudo, a su manera, tener un puesto, pues al parecer creó dos nuevos géneros: la «epístola amorosa versificada» («breu salut») y el «ensenhamens».
Cinco de sus epístolas y dos «ensenhamens» se han conservado en los cancioneros. Las epístolas son poemitas — en cuanto a extensión basta decir que lo más notable de Arnaut, «Domna genser que no sai dir», consta de 212 versos — compuestos en general por octosílabos pareados, también denominados «Domnejaire» cuando empiezan o terminan con la palabra «domna». Con ellos el poeta saluda a la amada y ensalza sus cualidades morales y físicas («la valor»), y expone los efectos que en su ánimo causa el amor que por ella siente. En el citado «Domna genser» hay un retrato algo genérico y vago, pero delicado y dulce de la mujer amada: cuerpo gentil y vivaracho, cabellera rubia, una frente más blanca que la azucena, la nariz recta y bien situada, la tez fresca y coloreada, más blanca y rosada que las flores, boca menuda, dientes más blancos que la plata pura, barbilla, garganta y seno blancos como la nieve o el espino albar, blancas manos, dedos sutiles. Y junto a estas perfecciones físicas, la fascinación de una gracia incomparable, la elegancia señorial del trato, la amena conversación, la desenvuelta nobleza de la presencia. Ante tal fascinante imagen se inclina el poeta, adorándola con las manos juntas y los ojos devotamente bajos. Así en la epístola se componen unitariamente aquellos rasgos que se encuentran esparcidos en la poesía trovadoresca, que son los que caracterizan esta poesía: el culto — ésta es la palabra — a la mujer. Los «ensenhamens» son poemas didácticos — casi siempre endecasílabos — en los cuales se expone la noción esencialmente trovadoresca de la vida que se expresa con la palabra cortesía. Cortesía es el conjunto de cualidades que hacen perfectos al hombre y a la mujer.
Para el primero son «honor», «valor», «fidelidad», «liberalidad», «buenas maneras», «gusto de la vida espléndida y fastuosa» [«joi», «deport», «solatz»], y para la mujer, también «generosidad», «buenas maneras», «buena educación» («ensenhamen» se decía precisamente), «sentido alegre de la vida», y, además, «belleza y dulce hablar». De este género didáctico, bastante difundido en la tradición trovadoresca más tardía, es Arnaut el iniciador. Presentándose como maestro, quiere mostrar a la aristocracia cómo debe comportarse en sociedad para conseguir una buena reputación. Y sus enseñanzas le llevan a hacer una descripción de las diversas clases sociales, de gran interés para la historia de las costumbres. Continuadores de la tradición del género son Peire Cardenal y Giraut Riquier. Lugar aparte en el cuadro de esta tradición tiene los «ensenhamens» para los juglares. Enseñanzas y consejos — muy interesantes para la historia literaria — acerca de la formación y la actividad de los nómadas cantores.
A. Viscardi