[Androclus and the Lion]. Drama de George Bernard Shaw (1856-1930), escrito en 1913. Se basa en el muy conocido episodio narrado por Aulo Gelio, ya llevado a la escena por Lope de Vega en el drama El esclavo de Roma. Shaw interpreta el asunto en clave de «ballet», haciendo, sin embargo, de Androcles un cristiano pobre, bueno y modesto, amante de los animales. En el prólogo le vemos en un bosque africano, en discusión con su mujer que lleva, apropiadamente, el nombre de la furia Megera. Extrae una espina de la zarpa de un león y se pone a bailar con él. En el primer acto le encontramos a la puerta de Roma, prisionero con otros cristianos: Lavinia, noble figura de patricia; Ferrovius, un coloso que, nacido para la lucha, hace esfuerzos sobrehumanos para ser cristianamente manso con quien le insulta; Spintho, un mal sujeto, cuya fe no es suficiente para reprimir sus malas inclinaciones. En el segundo acto son llevados al anfiteatro para sufrir el martirio.
Spintho está tan asustado que se apresta a quemar incienso para rehuir la muerte; pero, al pasar por el vestíbulo, se encuentra con un león que es llevado a la arena y acaba devorado por la fiera. Ferrovius, destinado a combatir con los gladiadores, trata de sofocar sus instintos pendencieros, pero al ser provocado sangrientamente, no sabe contenerse y mata a seis hombres armados entre el entusiasmo de los espectadores. El emperador le perdona (y él, reconociéndose infiel a Cristo, se entrega a Marte haciéndose pretoriano) y perdona también a sus compañeros excepto a Androcles que el director del espectáculo quiere dar como presa al león temiendo que, desilusionado, el público enfurezca. Pero el león es el que Androcles curó; hombre y animal se reconocen y bailan juntos asustando a César que acaba dando la libertad al «mago cristiano». Entre las figuras secundarias es notable la de un capitán que admira a Lavinia y trata en vano de persuadirla a la abjuración. En una larga nota el autor se muestra tolerante en la interpretación histórica: para él las persecuciones contra los primeros cristianos fueron una tentativa de suprimir una propaganda considerada amenazadora para los intereses ligados al orden constituido, organizados y mantenidos en nombre de la religión y de la justicia por políticos oportunistas. Shaw trata su noble asunto con escéptica irreverencia. En ciertas escenas el diálogo se eleva verdaderamente a dignidad y poesía; pero en otras la ironía abre paso a un humorismo grueso y de farsa. [Trad. de J. Brouta, (Madrid)].
E. Di Carlo Seregni