Ópera en cuatro actos (un preludio y 18 piezas), de Giuseppe Verdi (1813- 1901) , sobre libreto de Antonio Ghislanzoni a quien el egiptólogo Mariette proporcionó el fundamento histórico. Escrita por encargo del Jedive de Egipto con motivo de la apertura del Canal de Suez, fue representada en el teatro Jedival de El Cairo el 24 de diciembre de 1871. La primera representación en Italia fue el 8 de febrero de 1872, en la Scala de Milán. Los etíopes guiados por su rey Amonasro (v.), han invadido Egipto que, levantado en armas, se dispone a expulsarles. Radamés (v.), consagrado caudillo, parte a la cabeza del ejército. Está enamorado de Aida (v.), esclava de la hija del Faraón, Amneris (v.), y ésta, prendada de Radamés, ignora que también Aida es hija de rey, y precisamente del rey enemigo; adivina su amor y arde de celos. La victoria favorece a los egipcios y Radamés recibe en premio la mano de Amneris; pero pide que sean liberados los prisioneros y, contra el parecer del Sumo Sacerdote, también esto le concede. Mientras Aida espera a orillas del Nilo a Radamés para su última entrevista amorosa, se presenta Amonasro, y, en nombre de la patria oprimida y de los muertos por vengar, impone a su hija que pregunte a Radamés por dónde pasará el ejército egipcio, porque los etíopes quieren desquitarse, y la guerra se ha vuelto a encender. Aida obtiene la revelación («por las gargantas de Nápata») y Amonasro la escucha. Radamés involuntario traidor, tiene que huir con Aida; pero es detenido.
Procesado y condenado a la muerte de los traidores, es sepultado vivo bajo el altar de Ftá. Y allí se encuentra con Aida que se ha escondido en la tumba para morir con él. Los mayores méritos de esta obra, rica en fantasía, consisten especialmente en el dramatismo de los dos personajes, Amonasro y Aida, y de algunos coros, por ejemplo, el de los Sacerdotes. El personaje de Radamés es del todo inconsistente; ni como héroe, ni como amante, ni como víctima tiene figura, relieve, ni expresión. Sus mejores momentos son la contemplación de Aida dolorida en medio del tumulto hostil, y el deseo de morir Aida es más sustancial. Aun no pudiendo situarse entre las mejores figuras verdianas, se consolida, como personaje, en su aspecto de amante. Como esclava apenas está esbozada. Es una enamorada, mujer frágil entre dos caminos de vida; su sacrificio voluntario es un acto de amor, un ingenuo acto de bondad, sin conciencia de profundidad trágica. De estas dos débiles personalidades no podía elevarse el himno supremo al amor y a la muerte que hubiera convenido al drama. Amneris, en cambio, es personaje bastante rico en vida dramática y lírica; desde el principio al fin de la ópera, manifiesta su amor, sus celos, su desprecio y su sensualidad. Es una mujer regia, imperiosa que saborea la venganza. Y cuando la vemos arrodillarse sobre la tumba y rezar por Radamés «cadáver adorado», nuestra fantasía querría imaginar lo que diría Amneris si supiese que allá abajo Aida se ha unido con Radamés, y que ella ha sido derrotada por su esclava y por el amor más fuerte que la muerte. Este es el drama de Amneris que domina la tragedia de la última escena.
A. Della Corte