Tres Grandes Vivientes, André Suarés

[Trois grands vivants]. Obra del crítico francés André Suarés (1866-1948), publicada en 1937. Son tres ensayos que tratan, respecti­vamente de Cervantes, Tolstoi y Baudelaire. Y diciendo «ensayos» se quiere dar a la pa­labra el valor más genérico posible, dada la extrema dificultad de una más exacta defi­nición.

No es obra crítica¿ ya que faltan las premisas de una reflexión sistemática, referible a una metodología de investiga­ción, y tampoco son unas arbitrarias o fan­tásticas o novelescas divagaciones de carác­ter biográfico; en todo caso, algo entre las dos cosas, ora más cerca de un extremo, ora de otro. De los tres, el más interesante es indudablemente el ensayo sobre Cervantes, donde Suarés se presenta con ciertas singu­lares características que, en los dos escritos posteriores, o se disipan en un aliento de­masiado amplio — Tolstoi — o desaparecen bajo un montón de motivos en pocas pági­nas. Ve a Cervantes con ojos llenos de afec­to: un afecto en el que alternan indiferen­cia y entusiasmo con súbitas exigencias de penetración psicológica, y a menudo el cen­tro de atención se desplaza de Cervantes a su héroe — a Don Quijote (v.)—, sin sombra, de distinción entre las dos figuras; son páginas, éstas, donde las fronteras entre fan­tasía y realidad resultan en extremo con fusas.

A la exaltación heroica — desde cier­to punto de vista mitológico — del escritor, sigue, incluso en la misma página, el exa­men minucioso del caballero Don Quijote; éste es visto como criatura real y exa­minado en relación con las cosas del mundo, sin establecerse nunca la relación entre él y la fantasía que lo creó. (Y, siguiendo a Suarés en su sugestiva aunque arbitraria reconstrucción psicológica, nos encontramos frente a un personaje muy ajeno a la au­téntica figura inventada por Cervantes: la ironía, el humorismo que le dan vida en las páginas de la novela ceden frente a un abs­tracto programa de puros y generosos idea­lismos, sin una sospecha de ridículo nunca). De todos modos, es éste, de los tres, el en­sayo que se lee con más interés. El tono, entre oratorio y místico, casi nunca está desprovisto de una cierta elegancia, y lo que se puede revelar como falso ante una lectura «crítica», a veces suscita un mo­vimiento de simpatía, como la confesión de un entusiasmo. En el libro dedica a Tolstoi el mayor número de páginas.

El compromiso, aquí, parte de premisas más acostumbradas, sin ser perturbado — como en el caso ante­rior — por la presencia de una simpatía in­decisa entre el desahogo lírico y la razo­nada evocación. El escritor ruso resulta estudiado desde varios puntos de vista, como artista y como hombre, en la tentativa — en algunos puntos acertada — de fusionar los dos aspectos. Sin embargo, la construcción se relaja y diluye en la excesiva amplitud, donde se plantean y se abandonan los te­mas, y se reanudan después, con un pro­cedimiento en que la brillantez del estilo, ya bastante extrínseco, oculta a duras pe­nas la fatiga en los momentos en los que se afloja el empuje de imprevistos estímulos. Menos notables son las páginas sobre Baudelaire: en ellas, probablemente, hubiera tenido que ponerse de manifiesto el resul­tado de un examen más sólido, sostenido por unos principios de carácter efectiva­mente crítico; sin embargo, podríamos de­cir, toda reflexión preparatoria resulta aho­gada o arrollada por una especie de arre­bato sentimental, por lo que este Baudelaire, visto desde lejos, se reduce a un algo poé­tico, al objeto — muy sensible aunque ca­sual — de un lírico entusiasmo que no logró consolidarse.

Añadamos que mejor todavía pone de manifiesto el carácter de esta obra el hecho de que Suarés concluye su primer ensayo con un soneto («¿Quién, pues, más noble y puro que Don Quijote?»), y el se­gundo con una fragmentaria y enfática pro­sa lírica: «Prosa de la evasión».

F. Giannessi