Las Multitudes, de Raimon Casellas

«Les multituds»

 Na­rraciones del novelista y crítico de arte catalán Raimon Casellas (1855-1910), pu­blicadas en 1906. El autor se propone, en el fondo, un estudio psicológico del fenó­meno de las multitudes. Afirma en el pró­logo que «una criatura pacífica en la inti­midad se vuelve airada en cuanto se con­grega con multitudes airadas».

Así, en la narración titulada «Justicia del poblé», una feria animada y tranquila se transforma en una multitud tumultuosa que arrastra por las calles a un muchacho que, al pa­recer — luego se descubre que fue error —, ha robado unas monedas. En «La mort de l’espasí», una multitud de gente, humilde y sensata en la vida íntima, se exalta al congregarse ante el cadáver del torero Apa- rili y acaba celebrando una lujuriante ba­canal. El ambiente sombrío, asfixiante, de casi todas estas narraciones, alcanza, en un momento dado, un punto crucial de drama­tismo, pero luego llega la distensión, la salvación, imprevista o no, aunque con un fondo aleccionador. Así en «Els miquelets al convent», el ambiente de temor, de des­trucción próxima, es disipado gracias a la picara curiosidad de las monjas que pro­duce un efecto sedante, casi infantil, en los presuntos asaltantes.

En «Les veremes de la por», la presencia en Fartanelles de los vendimiadores que vienen hambrientos desde las montañas produce algarabía y motines que sofoca la llegada de la ca­ballería. En «Deu-nos aigua, majestat!», un pueblo de hombres ruines y primarios se transforma súbitamente en una multitud penitente que pide a gritos la lluvia del cielo. Pero al caer aquélla, en medio del sermón que les exhortaba al arrepentimien­to, la multitud vuelve alborozada al pue­blo y continúa su vida de vicios y de crí­menes. La temática, la expresión y el con­cepto pesimista de los humanos sitúan con propiedad a Casellas dentro de la escuela ruralista catalana. La visión, desolada y amarga, de los hombres de las montañas, con sus odios eternos y sus pasiones ele­mentales, dan un mentís a los pastores idílicos que solía representar el floralismo histórico.

El ímpetu de su estilo, se­guro, trabajado y plástico, sabe dar, en* cada momento, una fuerte expresividad, que a veces es necesariamente brutal, para transmitirnos las reacciones de las multitu­des, ciegas como las fuerzas de la Natura­leza. [Fue traducida por primera vez al castellano por Rafael Marquina (Madrid, 1921)].