[Le román naturaliste]. Vincent de Paul-Marie- Ferdinand Brunetiére (1840-1906) recogió bajo este título doce ensayos escritos entre 1875 y 1883, que publicó en París en 1883 y en los cuales examina las principales figuras francesas de la escuela realista-naturalista: Flaubert, Zola, Daudet y Goncourt; hay, además, un ensayo dedicado a una novela rusa y dos a novelas inglesas.
La actitud de Brunetiére es de neta oposición a la teoría y a la práctica del naturalismo bajo cualquier nombre y forma, porque, según asegura, esta tendencia amenaza el porvenir del arte con la «misma degradante transformación» con que el positivismo amenaza a la filosofía.
Literato de profunda y severa cultura, somete a orden jerárquico los placeres estéticos y considera de orden inferior los proporcionados por el impresionismo, naturalismo y similares; no es justo considerarle privado de sensibilidad estética, como de él dijeron sus adversarios, pero en él la razón prevalece sobre la sensibilidad.
Sin embargo, siente el encanto de la prosa musical de Flaubert, se deja conquistar por la amable gracia de Daudet y, aunque llenos de reservas, sus elogios a Madame Bovary (v.) son el fruto de una aguda penetración. Temperamento clásico, concibe lo dramático de la pasión como lucha entre el deber y el instinto, y rechaza la representación simple y objetiva de este último; admite que la realidad es el punto de partida, pero no basta ver, sino que también es preciso sentir y pensar.
Esta facultad la niega más de lo justo a Zola, al que persigue a veces con punzante ironía, como en el capítulo «Los orígenes de la novela naturalista». Además de la preocupación estética, sus preocupaciones morales le ponen también en contra del naturalismo francés; aunque declara considerar el arte independientemente de la moral, antepone a los franceses los naturalistas ingleses, y sobre todo a George Elliot, porque estos últimos revelan la conmoción del sentido moral.
Expresa sus pensamientos con una precisión que linda en la aspereza, sin nada de aproximativo o de atenuado; no perdona a los Goncourt, además de los asuntos de sus novelas, los defectos de expresión; pero tampoco él está exento de afectación, manifestada en la voluntaria simetría de los períodos y en arcaísmos de vocablos y de construcciones.
Su crítica aparece también a veces inspirada por simpatías personales, a las que hábilmente sabe dar una justificación lógica, pero son innegables su valor dialéctico y la dignidad aristocrática de su «forma mentís», que hacen de él una figura austera y un poco aislada entre los críticos y literatos de fines del siglo XIX.
B. Treves