La Frusta Letteraria, Giuseppe Baretti

Revista de Giuseppe Baretti (1719-1789). Su primer nú­mero lleva la fecha de «Rovereto, 1 de oc­tubre de 1763» (pero debe leerse Venecia), el último la de «Trento, 15 de julio de 1765» (pero debe leerse Ancona).

Después de una larga residencia en Inglaterra (1751- 1760), durante la cual tuvo tiempo para es­tudiar la literatura inglesa y hacer amistad con algunos escritores y periodistas, entre ellos Johnson, Baretti se estableció en Venecia e inició, con el pseudónimo de Aris­tarco Scannabue, de quien en la introduc­ción a la «Frusta», traza un vivaz retrato, la compilación de su diario en forma, di­ríamos hoy, de boletín bibliográfico. La «Frusta» salió regularmente cada diez días hasta el número del 15 de septiembre de 1764, después de lo cual Aristarco se des­pidió de sus «partidarios» por haber expi­rado el «primer año frustatorio». Natural­mente, ni sus latigazos a algunas comedias goldonianas y a las novelas de Chiari, ni otros ataques y escaramuzas literarias ha­bían pasado sin más ni más; y no habían faltado en el susceptible mundo de los li­teratos, entonces tan numeroso en Venecia, que era también el principal emporio li­brero de la península, resentimientos, acu­saciones y amenazas. Después de una breve pausa, el 15 de enero de 1765, también fe­chada en Rovereto, la «Frusta» reanudó sus publicaciones; pero por una recensión a las rimas de Bembo, en que, como escribe Ba­retti, se señalaban «algunas cosas en ellas que no son ciertamente tan estupendas co­mo muchos enfurecidísimos panegiristas de aquél querrían dar a entender», el avis­pero, no sólo entre los bembistas venecia­nos, se irritó hasta el punto que estalló en abierta polémica.

Fue atizada por el padre Appiano Bonafede, fraile Celestino, pero volteriano, que lanzó contra Baretti un fe­roz libelo con el título de Il bue pedagogo [El buey pedagogo]. Y Baretti se vio obli­gado a dejar Venecia, a suspender la «Frus­ta» y a refugiarse en Ancona; desde allí, con la fecha de «Trento, 1.° de abril de 1765», la revista volvió a imprimirse; y Baretti pudo desfogarse contra su adver­sario disparándole nada menos que ocho «discursos», contenidos en los ocho núme­ros de la «Frusta» que se publicaron hasta el 15 de julio del mismo año. Pero aquella diatriba literaria, surgida por haber come­tido «el atroz delito de demostrar que un caballero de aquella ciudad, muerto más de dos siglos atrás, fue uno de los más flojos poetas de Italia», acabó por asquear a Baretti, el cual, dejando a un lado su látigo de Aristarco, se volvió a Londres. Ésta es, exactamente, la historia «externa» de la «Frusta», que no hubiera valido la pena precisar en su minuciosa crónica si aquella revista quincenal de Baretti no se­ñalase una fecha, si no en la historia de la estética, ciertamente en la de la crítica lite­raria italiana. Es una crítica en gran parte demoledora del viejo mundo literario ita­liano que había permanecido firme en su admiración por el siglo XVI, por la Arcadia y las Academias encerradas en los lími­tes de una vana erudición y de una lite­ratura amanerada y sin nervio. Pero más que contra estas deploradas condiciones de la cultura y del gusto de la época, y aunque fuese por medio de una crítica improvisa­da, pero batalladora, «La Frusta» aspiró in­directamente a promover una nueva aven­tura, de hechos no de palabras, y unas nue­vas y más viriles costumbres literarias.

No todos los juicios que se encuentran rápida­mente formulados son aceptables. Por ejem­plo, el harto conocido sobre Goldoni, en­carnizadamente negativo; aunque, para par­cial justificación de Baretti, se puede decir que sólo había examinado cuatro o cinco comedias suyas, y no entre las mejores del comediógrafo veneciano, o bien su juicio, éste excesivamente favorable, sobre Metas- tasio. También son inciertos sus criterios estéticos que oscilan entre moralismo y he­donismo, y a menudo el humor del mo­mento da la medida del juicio. Pero entre lo viejo y lo nuevo, la «Frusta», sobre todo en su parte referente a las letras y cos­tumbres de la época (su otra parte, cons­tituida por artículos sobre la economía, la medicina, la agricultura, etc., es sólo infor­mativa o sólo polémica), planteó eficazmen­te el problema de la renovación moral de los italianos, hizo sentir, aunque sólo fuese implícitamente, la exigencia de una litera­tura en que resurgiese ante todo la «planta hombre» y, por su parte, con un estilo po­lémico valiente y ágil demostró cómo era posible escribir en un lenguaje rápido, agu­damente discursivo y vivaz. Ésta, en subs­tancia, es la lección de la «Frusta» y su importancia civil y literaria.

G. T. Rosa

La Frusta letteraria es el desahogo de un hombre nuevo que por su contacto con más sanas y prácticas literaturas, había perdido la paciencia ante la vanidad y las grose­rías lugareñas: feroz desahogo que comen­zó a purificar el aire. (Carducci)