La Deshumanización del Arte e Ideas sobre la Novela, José Ortega y Gasset

Uno de los intentos hechos por el gran pensador español José Ortega y Gasset (1883-1955) por comprender nuestra época. Este libro, publicado en 1925, se enfrenta con el pro­blema del «arte nuevo», que constituyó un escándalo social y cuya comprensión, trein­ta años después, envuelve considerables dificultades. Ortega parte de la «impopula­ridad del arte nuevo» — ya subrayada por él en el ensayo «Musicalia» de El Especiador (v.) —; opina que es impopular por esencia, que es antipopular; desde el pun­to de vista sociológico, divide a los hom­bres en dos clases: los que lo entienden y los que no lo entienden. Es un arte dirigi­do a una minoría, no para todos, y por eso irrita a la masa, no porque no le guste, sino porque no lo entiende. Este arte nue­vo es arte artístico, cuyas tendencias enu­mera Ortega así: «1.°, a la deshumanización del arte; 2.°, a evitar las formas vivas; 3.°, a hacer que la obra de arte no sea sino obra de arte; 4.°, a considerar el arte como juego, y nada más; 5.°, a una esencial ironía; 6.°, a eludir toda falsedad, y, por tanto, a una escrupulosa realización. En fin, 7.°, el arte, según los artistas jóvenes, es una cosa sin trascendencia alguna».

Or­tega encuentra que el nombre «ultraísmo» es de los más certeros que se han hallado para esta sensibilidad; los objetos de este arte son «ultra-objetos», y despiertan en nosotros emociones secundarias que no son como las primarias, naturales o humanas. La tendencia dominante es distinguir el arte de la vida y no mezclarlas. «El poeta em­pieza donde el hombre acaba». Por eso el poeta aumenta el mundo, es auctor, autor, añade lo irreal a lo real. Por eso también, «la poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas». Ortega hace una teoría de la metáfora, probablemente la potencia más fértil que el hombre posee, y la interpreta como «el más radical instrumento de des­humanización», pero no el único; el más simple es el cambio de la perspectiva ha­bitual; así, al extremar el realismo se le supera, atendiendo a lo microscópico, como Proust, Ramón Gómez de la Serna o Joyce.

El arte nuevo siente repugnancia del pate­tismo y se hace irónico, intrascendente, deliberadamente joven. Este arte pretende contemplar sus objetos, no vivirlos; está en el otro extremo de las figuras de cera; pero Ortega piensa que el «asco a lo hu­mano», a la realidad, a la vida en el arte deshumanizado no es tal, sino lo contrario: «respeto a la vida y una repugnancia a ver- la confundida con el arte, con una cosa tan subalterna como es el arte». En las Ideas sobre la novela, Ortega parte de la «deca­dencia del género» en la época en que es­cribe, es decir, en la primera postguerra. Se venden menos novelas y más libros ideológicos; la novela, por ser un género literario, es una cantera enorme, pero li­mitada, con un número definido de temas posibles; es prácticamente imposible hallar nuevos temas, y esto ha eliminado el atrac­tivo de la novedad en el género novela. Ortega contrapone la mera alusión a la auténtica presencia; lo que interesa en la novela no es referir, aludir, relatar o na­rrar, sino presentar; por lo mismo, no de­finir al personaje, ni narrar sus peripecias; la trama es un pretexto, un hilo — impres­cindible—; a la novela le pertenece esen­cial morosidad y la complacencia en las personas, en un giro repentino de las accio­nes a las sustancias; con ejemplos del tea­tro francés y el español, Dostoievski y Proust, llega Ortega a la definición de la novela como «vida provinciana», como «pu­ro vivir», no que pase algo; cualquier ac­ción sirve, con tal que nos lleve a un mun­do cerrado, hermético, intrascendente, que no va a nada exterior.

«Novelista es el hombre a quien, mientras escribe, le inte­resa su mundo imaginario más que ningún otro posible». La novela es un «género tu­pido», lleno de plenitud intuitiva, y «esto obliga al novelista a no atacar más temas que aquellos de que posea cuantiosa intui­ción». A pesar de la decadencia genérica de la novela, Ortega opina que la ocasión es favorable para conseguir ciertas obras per­fectas, aún no conseguidas; la materia de la novela es psicología imaginaria, y en Eu­ropa ha progresado mucho en los cincuenta años anteriores el saber de almas, que la novela puede aprovechar. Pero las almas de la novela no tienen que ser como las reales, basta con que sean posibles; y la mejor posibilidad de la novela es ésta: construir fauna espiritual; no invención de acciones, sino de almas interesantes.

J. Marías