Revista de erudición y de crítica literaria fundada en Turín, en 1883, por Arturo Graf, Francesco Novati y Rodolfo Rénier con la intención de acoger en ella los estudios según el nuevo método histórico y de reunirlos en un archivo de interés nacional. Polemizando desde el primer número con Carducci, con motivo de la transcripción de baladas y de madrigales toscanos, y notando en Canelo, recientemente desaparecido, ciertas actitudes románticas de investigación y estudio, la revista quiso ser fiel a la investigación histórica, en un sentido severo y muy cerrado.
El carácter decisivo del periódico, siguiendo las huellas de Tiraboschi y de los eruditos del siglo XVIII, se dirigió a la descripción documental del ambiente en el que se mueven corrientes y figuras literarias: el interés se fijaba más que en la obra, en las anécdotas, en los detalles, y hasta en las noticias eruditas que pueden aportar «novedad» a lo histórico. De este modo, entre «aportaciones», «variedades», «comunicaciones» y «apuntes» la revista llegó a tener a veces el aspecto de una reseña de curiosidades y de «anécdotas», sobre la historia de las costumbres, o en análisis abstractos, tales como la mujer en la vida de un determinado siglo, o la investigación de las fuentes, las noticias inéditas referentes a este o aquel autor. Algunas veces, la crítica formalmente psicológica, de ordinario inspirada en el deseo de llegar a los «hechos» a través de la literatura, llevaba a juicios erróneos y falaces, a veces en contradicción con el alabado método histórico: como, por ejemplo, la polémica entre Renier y Torraca sobre el llamado tipo histórico de la mujer del Medievo. Con doctrina variada, D’Ancona y Rajna aportaron su contribución: del mismo modo otros eruditos en el restringido campo de sus investigaciones aportaron trabajos fundamentales en el campo de los documentos y de la historia.
En este sentido, la revista, para mantenerse fiel a un concepto positivista de la ciencia, continuó acentuando cada vez más su forma de boletín y de memoria, entre documentos de bibliotecas, notas inéditas, sumarios de periódicos y comunicaciones. Dado este carácter, tendió a rehuir un tipo de cultura general, renovada primero por la crítica de De Sanctis, y después por la estética de Croce: enfrentando la una y la otra, por la propia incomprensión de la obra de arte en sí y por sí y de los problemas lingüísticos y estéticos conexos con un ideal humanista de la literatura, se mantuvo fiel a su método de investigación, lento pero seguro, rico en documentación y en cuestiones eruditas, pero en general ajeno a los juicios sobre las grandes personalidades y sobre los momentos históricos.
En la crisis del método histórico propiamente dicho, el Giornale continuó su obra con menos asiduidad y seguridad, bajo la dirección de Vittorio Cian, pero reaccionando, a menudo útilmente, contra los daños del esteticismo de muchos improvisadores, contra la falaz psicología aficionada a los juicios sutilísimos en poesía, y mitigando paso a paso, según había ya comenzado a hacerlo Renier, su aversión programática a la sana, crítica estética. Así, en sus presupuestos de boletín científico, pero inspirado en una nueva metodología, que no se olvida de los mejores frutos de la cultura contemporánea, el Giornale prosiguió su obra durante decenios: ahora lo dirigen con renovado aliento y espíritu crítico, Ferdinando Neri, Cario Calcaterra y Santorre Debenedetti: de la redacción formó también parte durante algún tiempo Attilio Momigliano.
C. Cordié