El Arte del Siglo XVIII, Edmon y Jules de Goncourt

[L’Art dy XVIII siécle] Obra crítica de los hermanos Edmond (1822-1896) y Jules (1830-1870) de Goncourt, publicada desde el año 1859 al 1865 y, con posteriores adiciones y refundiciones, en 1874 y en 1881-1882. En el estudio de una sociedad tan aparetemente fría e intelectual y sin embargo, en la intimidad, tan agitada por estremecimientos e ideales de vida, ambos autores consideran la im­portancia documental y poética del arte fi­gurativo del siglo: particularmente en la pintura, en el grabado y en el dibujo se en­cuentra la suavidad huidiza y encantadora que revela todo el anhelo de la época, aun­que sea entre contrastes y luchas espiritua­les.

El abandono a la voluptuosidad, la ne­gación de inútiles opiniones morales, y el deseo de amores y aventuras se encuentran reflejados en retratos, escenas y decoracio­nes: es toda una embriaguez de vivir que ya se entrega a la galantería más exquisita, o encuentra desahogo en la lucha contra todos los obstáculos y trasciende en el ma­rasmo de la Revolución las mismas premi­sas de una completa valorización de la nue­va burguesía. Esta actitud crítica, en la consideración de una libertad espiritual que rompiendo todos los ligámenes preparaba la sociedad moderna y la busca de la ver­dad bajo todos sus aspectos, no impide a los Goncourt extenderse felizmente en el exa­men de los motivos de arte, en el estudio de pintura tan exquisita. En un mundo compuesto en forma tan variada, entre arcadismos y chismes de Corte, voluptuosida­des y sentidos de rebelión, encuentran su lugar de creadores inimitables y geniales artistas, desde Watteau («el gran poeta del siglo» que incluso con el amaneramiento creaba gracia) hasta Chardin (que llegó a ser un verdadero iniciador), o Boucher, el típico representante del gusto contemporá­neo, pues «lo gracioso es el alma del tiem­po y su genio».

Del mismo modo Greuze expresa junto al libertinaje una necesidad de idilio y de sentimiento que es caracte­rística, y Fragonard con su poder represen­tativo y su exaltación de la vida demuestra ser el Cherubino de la pintura erótica. Otros ensayos están dedicados en la obra, siempre con riqueza de información, a La Tour, a los Saint-Aubin, a Gravelot y a Cochin, a Eisen, a Moreau, a Debucourt y a Prudhon. Se advierte que los críticos, aun afirmando la exquisita y nueva sensibilidad de los artistas examinados, con comentarios llenos de buen gusto, consideran su crea­ción en el cuadro social de la época: la in­terpretación psicológica, aun frenada por un goce de la belleza que se pudiera lla­mar también decadente y amanerada, llega a ser motivo de narración que se adhiere a las monografías dedicadas a la sociedad francesa del XVIII. En este examen com­plejo del arte del XVIII cuenta sobre todo la exigencia de valorar por primera vez lo que Francia descuidaba perniciosamente y de añadir a los mejores artistas los verda­deros maestros, destructores de una tradi­ción académica y dignos de conducir la busca de la verdad de las últimas genera­ciones. Significativas son las primeras pá­ginas del ensayo sobre Chardin, donde re­prochan a Francia haber negado lo mejor de su grandeza pictórica, y con la afirma­ción de que Fragonard ha sido, junto con Watteau, el único artista vivo y creador del siglo.

C. Cordié