Obra cuyo título se completa así: Discurso crítico sobre el origen, calidad, y estado presente de las comedias de España… contra el dictamen, que las supone corrompidas, y en favor de sus más famosos escritores el Doctor Frey Lope Félix de Vega Carpió, y Don Pedro Calderón de la Barca. Escrito por un Ingenio de esta Corte quien le dedica a la M. I. S. La Señora Marquesa de la Torrecilla, y que fue publicada en 1750 en Madrid.
Está precedida por un prólogo o carta circular del autor que firma un tal Erauso y Zabaleta, nombre que Menéndez Pelayo afirma haber leído en alguna parte, que encubre el de don Ignacio de Loyola Oránguren, marqués de la Olmeda. Como el título indica, se trata de una calurosa defensa de Lope y Calderón. El autor se vale en ocasiones de argumentos de los que ya hicieron uso los apologistas anteriores. Publicada como una más de las infinitas obras de polémica del siglo, contra el prólogo que Blas Nasarre puso a las comedias de Cervantes, constituye de hecho una verdadera poética dramática, y a pesar del pésimo estilo y lo farragoso de la concepción, su interés es grande por la originalidad y elevación de muchos de sus pensamientos, que señalan ya al Romanticismo y de los que se sirvió con frecuencia Bohl de Faber en su polémica romántica. Ataca el sistema de las unidades y defiende la imitación de la naturaleza en un sentido amplio: «Lo verosímil no sólo no se estrecha a la reducida línea de lo que ordinariamente sucede, sino que se extiende a todo lo que es capaz de suceder…
De esta forma se nos descubren para lo verosímil todos los anchos términos de la posibilidad; pues donde puede haber ser y existencia, habrá verdad, y, en su imitación, hay respectivamente similitud…» Defiende a continuación la mezcla de lo trágico y lo cómico para impugnar luego el pretexto de la ilusión escénica esgrimido por los preceptistas franceses: «aun los más lerdos e ignorantes espectadores saben distinguir y conocer muy bien que cuanto ven sobre el tablado es fingimiento y no realidad…», de lo que deduce, volviendo a su anterior argumentación, que, al no repugnar al público la imitación, conviene la pluralidad de temas «porque la curiosidad humana no encuentra placer si no apura todo lo que concibe y lo que puede prometerse dentro de una línea…»
Y en estos argumentos fundamenta la defensa de Calderón, de quien dice que «si él estudió en las aulas de la muy sabía y escondida Naturaleza ¿no era necedad seguir las enseñanzas de los que no la entendieron?». El tono declamatorio de la obra resta méritos a su autor, que por sus ideas ha merecido ser comparado a Luzán e Iriarte. En su conjunto constituye un poderoso alegato en defensa del teatro genuinamente español, además de una verdadera preceptiva en la que abundan agudas observaciones y acertados juicios. Preceden a la obra una larga serie de aprobaciones y dictámenes de amigos del autor, los cuales él solicitaba en el prólogo o carta-circular citado y que apoyan asimismo la argumentación polémica y se solidarizan con el pensamiento de Zabaleta.
A.Pacheco