[Tischrederi]. Publicó una primera colección de ellos en Eisleben en 1566 Johann Aurifaber (Goldschmied, 1519-1579), el cual había estado junto a Martín Lutero (1483- 1546) en los últimos tiempos de su vida y había asistido a su muerte, y pudo sacar mucho material de sus directos recuerdos personales, pero se sirvió también y abundantemente de anotaciones de otras personas, especialmente de los Coloquios de Antón Lauterbach. Con los años creció la colección: en la edición de Forstemann y Bindseil (1844-48) ya ocupa cuatro volúmenes y ahora, en la edición crítica de las Obras, constituye una sección aparte (Weimar. 1912-21) con seis grandes volúmenes en folio, al cuidado de Érnst Kroner.
Una buena selección ha sido publicada recientemente por Otto Clemens en el octavo volumen de las obras (1930). Los «dichos» son cerca de siete mil y su materia es muy variada. Son confidencias autobiográficas, puntos de teología, expresiones de fe sencilla. y sincerísima, observaciones morales de un buen sentido a menudo atrevido y libre de prejuicios; lamentaciones sobre la corrupción del siglo, historietas jocosas, atroces bufonadas contra el Papa y los frailes, expresiones de ternura para su esposa, sus hijos, para las flores y la música, se alternan un poco al azar pronunciadas, como el mismo indica, en la mesa, en la intimidad de su familia y de la amistad.
Pero la importancia histórica del texto es grande en todos sentidos. Acerca de muchos momentos esenciales de la historia interior de Lutero — como acerca de su entrada en el convento, de la crisis que allí pasó, la «experiencia decisiva» (el llamado «Turmerlebnis») que le templó definitivamente para la lucha — reinaría la oscuridad, si no fuese por los «impromptu» de sus efusiones en el abandono del gozo convivial. La agitada y hasta muchas veces — en ciertos aspectos — contradictoria actitud, que él adoptó, quedaría en no pocos puntos enigmática si estos «dichos» no ofreciesen su explicación.
Para la historia de la lengua alemana los «dichos alemanes» representan un texto de valor tan esencial que el gran vocabulario de los hermanos Grimm acude continuamente a ellos. Y sobre todo emerge viva, «parlante», en cada página, la personalidad del Reformador. La exuberante humanidad de Lutero, con sus contrastes de sensibilidad y de violencia, y la vena popular que se expresa en una lengua sin remilgos, se han reflejado sin velos en la admiración indiscriminada de sus oyentes, a cuya ingenua fidelidad debemos este documento humano de interés y de sinceridad nada comunes.
G. Mira