Curso de Literatura Dramática o Del Uso de las Pasiones en el Drama, Marc Girardin

[Cours de littérature dramatique, ou de l’usage des passions dans le drame]. Obra crítica del francés Marc Girardin, llamado Saint-Marc Girardin (1801-1873), publicada en 1843.

Con insistente moralismo, el autor combate el ideal literario y artístico de los románticos, despreciando las nuevas acti­tudes poéticas, pero con menor intuición que Désiré Nisard y que su Historia de la literatura francesa (v.). Seleccionando unos cursos suyos en la Facultad de Letras de París, el crítico afirma, sobre todo en el primer volumen, que los modernos resul­tan menos sinceros que los antiguos en la representación de los sentimientos humanos, y que además, queriendo alcanzar un abs­tracto ideal de vida, resultan a menudo amanerados y falsos. Un gran siglo, para Francia, es el XVII, y sus autores expre­saron con eficacia sentimientos y pasiones naturales del hombre: la dulzura de los pa­dres para con sus hijos, el amor, los celos, el honor. Es justo que, en un pueblo civi­lizado, a la viva pintura de las cualidades sociales se una la reflexión moral; la lite­ratura se engalana de esta manera con las más razonables y persuasivas bellezas de una sana regla de las costumbres.

Es pre­ciso afirmar una vez más la unión entre el buen gusto y la buena moral; puesto que, si la emoción dramática tiene que poner de manifiesto el valor del espíritu contra los atractivos del cuerpo y de sus pasiones, el crítico debe ilustrar las fuerzas puras de la creación que, deseando con ansia la pu­rificación de los espíritus, combaten el vicio y las fáciles ilusiones de los sentidos. En muchos sectores Saint-Marc Girardin hace paralelos entre los autores antiguos o del siglo de Luis XIV y los románticos; así por lo que se refiere a la representación del dolor físico y del miedo a la muerte (con Ifigenia, v., de Eurípides, la de Racine y Angelo, tirano de Padua, v., de Hugo), la lucha contra el mal físico (con el Filoctetes, v., de Sófocles y una escena de Nuestra Se­ñora de París, v.), la furia de la naturaleza (con trozos de la Odisea, v., de Robinson Crusoe, v., y de textos antiguos, entre los cuales los Hechos de los Apóstoles, v.). Una consideración particular merecen las descripciones de suicidios (con las Cuitas del joven Werther, v., de Goethe y Chatterton, v., de De Vigny); también la idea mor­bosa de una muerte voluntaria es seguida en Hamlet (v.) de Shakespeare y en Pamela de Richardson (v.).

El mismo amor pater­nal ofrece varias comparaciones; entre las más útiles están las de los textos clásicos de Corneille (v. Horacio, el Cid, el Mentiroso) y del jefe reconocido de los románticos, el consabido Hugo con Triboulet (v.) de su El Rey se divierte (v.). También Balzac con Papá Goriot (v.) es juzgado en relación al Rey Lear (v.), por lo que se refiere a la ingratitud de los hijos para con sus padres, y nuevamente Hugo, con su Lucrecia Borgia (v.) en relación a Merope (v.) de Maffei, de Torelli y de otras obras maestras del pasado, es discutido por la pintura del amor maternal. El crítico concluye dando la vic­toria a los antiguos por su naturalidad, y despreciando a los modernos, desde el si­glo XVIII en adelante, y de una manera particular a los románticos, por haberse confundido en la pintura de las pasiones más elementales. La obra se destaca por ha­ber expresado profesoralmente, aunque con cierta torpeza crítica, una opinión corrien­te en su tiempo.

C. Cordié