Obra del gran novelista español Pío Baroja (1872- 1956). Con Un ligero pretexto — papeles que el doctor Guezurtegui envía a la Facultad de Lezo para justificar una pensión—, Baroja traza aquí la teoría del humor, o de lo que él entiende por humor. Para ello divide su obra en varias partes de muy distinto carácter. En primer lugar, coloca en el Museo de Humor-Point a una serie de tipos que escuchan conferencias de carácter pretendidamente científico; el novelista intentó justificar su nueva posición: «yo ya he pasado por el (signo del Zodíaco) de la novela, el del cuento, el de la crónica y el de la autobiografía. Ahora estoy en el de las teorías estéticas». Y sus teorías estéticas son — como toda su obra — un aluvión de ideas de carácter muy heterogéneo y en relación con motivos muy dispares. Para Baroja, el humor es un río disperso que en el siglo XIX se remansó y se precipitó en una hermosa catarata; no es un producto sajón, como quiere Taine, aunque en Inglaterra haya tenido el cultivo más sobresaliente, empezando por Shakespeare, pasando por Sterne, culminando en Dickens y llegando a Shaw; sin embargo, el gran descubrimiento del humor lo hizo Cervantes con el Quijote, aunque tampoco esto quiera decir que el humorismo tenga carácter español: cada país tiene sus peculiaridades propias e intransferibles, pero Inglaterra, España y Rusia han dado los testimonios más notables. Posiblemente porque esos pueblos practican una literatura en la que los géneros literarios no están muy precisamente definidos, sino más bien, en estado de promiscuidad y porque, con frecuencia, se independizan de los recursos retóricos que son la antítesis más clara del humorismo. Terminadas las conferencias en el Museo, los asistentes a ellas platican doctrinariamente.
Esta segunda parte es, acaso, la de mayor interés. Las ideas literarias abundan, con valoraciones muy sagaces de los escritores europeos famosos por su humorismo, y con enunciados de carácter general: para Baroja, en la obra de arte, la técnica suele matar el espíritu, es como un freno de las posibilidades de expresión y sólo se salvan de ella los grandes artistas que dominan el oficio de manera desembarazada, aunque éste no sea el caso corriente; por otra parte, Baroja rechaza la posibilidad de modificar el fondo por la forma empleada, mediante ejemplificaciones a base de Kant, Goethe y Stendhal. De esta preocupación técnica se llega al planteamiento de la teoría musical de las palabras (resuelta dentro del relativismo de cada lengua), a la capacidad para comprender la obra de arte (problema del buen o mal gusto) y a la cuestión del ideal literario (con su variedad), para desembocar en la maraña de los estilos, resuelta así por Baroja: «Para mí, el ideal de un autor sería que su estilo fuera siempre inesperado; un estilo que no se pudiera imitar a fuerza de personal. No cabe duda que esto sería admirable. Admirable y también imposible». En la tercera parte, se buscan las raíces del humorismo y sus vinculaciones con el rencor, la fantasía, la voluntad, la antropología, la etnografía, etc., para llegar, en las dos últimas partes, a indagar los resultados y sustentos del humor en una serie que podríamos llamar de «ejemplos prácticos».
M. Alvar