Víctor Catalá

(Caterina Albert). Narradora catalana. Nació en L’Escala (Alto Ampurdán) en 1873. Su nombre era desconocido entre los cenáculos literarios de Barcelona cuando publicó su primer libro, Dramas rurales, (1902, v.), narraciones de un intenso realismo que causaron sorpresa y admiración, mucho más al descubrir que tras el seudónimo de Víctor Catalá se escondía una mujer.

En 1905 apareció su novela Soledad (v.),s in duda su obra más lobrada y completa, quizá la realización más considerable en su género de la literatura catalana moderna. A continuación, nuestra autora dio otras colecciones de cuentos, casi siempre de tema rural: Ombrívoles, Caires vius, Contrallums, La mare Balena, y otra novela, Un film (3.000 metres) (1926), de mérito inferior a Solitud.

La obra de C. es una superación de la narrativa catalana anterior; en ella el realismo, la crudeza, el sentido trágico, el fatalismo de las miserables vidas humanas, aparecen revestidos de un halo poético y simbólico que comunica grandeza y justificación artísticas a la tragedia.

Catalá tiende por naturaleza a los cuadros de tonos violentos, al choque de las pasiones primarias, a la expresión áspera y turbia de los instintos. Los campesinos, los mendigos, las mujeres que nos presenta, surgen en sus páginas ya abocados a un fin catastrófico, incapaces de reacción.

Maragall, al referirse a estas figuras, habló de «impotencia de redención». La crítica de su tiempo quedó en parte escandalizada ante la brutalidad de esas historias de pecado y crimen, ante sus desenlaces tenebrosos, sin esperanza.

La autora rearguyó, en el prólogo de Ombrívoles, que así era en efecto, que a ello le llevaba naturalmente su temperamento, sus aptitudes y su estética. Niega su dependencia de Zola; en realidad, no hay en su obra la preocupación social del fran­cés; su doctrina proclama la independencia sin límites del arte.

No se puede negar a los mejores cuadros rurales de C., y sobre todo a Solitud, una categoría literaria que resiste la comparación con ciertas creacio­nes de los grandes narradores rusos. La expresión es dura y angulosa; uno de los per­sonajes de Solitud emplea un lenguaje in­ventado por la autora, especie de «patois» montañés, que contribuye a crear un clima de aislamiento y lejanía.

Algunas descrip­ciones tienen el vigor y las sombras crudas de un aguafuerte. El lenguaje de C., sin ser puro, sirve a la acción y se identifica con ella.