Nació en Coatcongar, en el municipio de Pou jean (Finisterre), el 18 de julio de 1845, y murió en Morlaix el 1.° de marzo de 1875.
De su único volumen de versos, Los amores amarillos (v.), surge su figura singular, contraída, tanto de cuerpo como de espíritu, en una triste mueca sarcástica hacia la vida que lo deforma miserablemente y le lleva a cansarse de todo: de la gran poesía romántica, de Italia, del amor.
Poseyó un nativo afecto de bretón por el mar (su padre, Édouard, oficial de Marina cuando joven, había escrito luego novelas marítimas). Ingresado en 1857 en el colegio de Saint-Brieuc, volvió a su casa al cabo de treinta meses debido a su precaria salud.
Más tarde reanudó los estudios en Nantes; pero a los dieciséis años una crisis de reumatismo articular, que le dejó para siempre deforme, obligóle a renunciar definitivamente a ellos. Trasladado al Sur, no tardó en regresar a su mar de Bretaña; allí, en Roscoff, permanecería hasta 1869.
Alto, delgado, extravagante en la indumentaria y los modales, era aficionado a los paseos marítimos en bote o balandro y a la compañía de pintores, que alentaron su pasión de dibujante y caricaturista.
A fines del citado año marchó a Italia y llegó hasta Nápoles, como un turista singular y burlón que alegremente se mofaba del «Vesubio y Compañía» y de la ciudad «patria de ingleses». Prefirió su Roscoff, adonde regresa en la primavera de 1870.
En la del año siguiente, y también allí, habría de conocer su última ilusión: una mujer llegada de París con su acaudalado amigo, la Marcela de Los amores amarillos, o sea la italiana Armida Giuseppina Cuchiani.
En marzo de 1872 se dirige a su encuentro en París. Sin embargo, fue éste un amor sin alegría, torturado por la sospecha de que la mujer se moviera sólo a impulsos de la compasión o de una curiosidad morbosa.
En París llevó C. una vida miserable y en absoluto inadecuada a su quebrantada salud. Allí colaboró en algunos periódicos, publicando a fines de 1873, y con la ayuda paterna, Los amores amarillos, que nadie supo apreciar, y proyectó un segundo tomo de versos, Mirlitons.
En diciembre de 1874 se le encontró desvanecido en el suelo de su pobre habitación y fue llevado primeramente a una casa de socorro (a la que acudió a asistirle Armida y luego a su Bretaña, donde murió. En 1883 empezó su segunda vida, al otorgarle Verlaine el primer lugar en su galería de «poetas malditos».
V. Lugli