Vivió probablemente a fines del siglo II y principios del III, Tal conjetura se basa en el testimonio de Diógenes Laercio, quien sitúa a Sexto entre los discípulos del médico Herodoto de Tarso. Éste, según atestigua Galeno en su De hypotyposi empírica, (obra escrita por el famoso médico a los treinta y siete años, durante el reinado de Marco Aurelio), debió de ser discípulo de Menodoto de Nicomedia; entre Galeno y Sexto, por lo tanto, habrían transcurrido unos treinta o cuarenta años, lo cual permite situar la vida de este último en la época de Septimio Severo. Incierto es también el lugar de su nacimiento. Las Suidas inducen a considerar a nuestro autor natural de África, opinión que, no obstante, podría ser errónea. El mismo Sexto parece desmentirla en dos pasajes de las Instituciones pirronianas (v.). En el libro III, 213, dice: «Nosotros convivimos con un sola mujer, en tanto entre los tracios y getulos, pueblos líbicos, cada uno convive con muchas». En el mismo libro, 223, escribe «un líbico juzga…» después de haber utilizado ampliamente la expresión «entre nosotros», con lo cual opone las costumbres de su país a las de los pueblos extranjeros.
Por lo demás, no puede creérsele, por razón de la patria de su maestro, natural de Tarso, puesto que, como ocurre con lo dicho, él mismo parece negarlo (libro III, 214: «Robar es, para nosotros, algo opuesto a la ley… En cambio… dicen que los cilicios llegaban a considerarlo hasta honroso»). Decididamente errónea es la opinión que identifica al personaje que nos ocupa con Sexto de Queronea, sobrino de Plutarco, mencionado por Marco Aurelio en los Recuerdos. En conclusión, pues, cabe suponer que fue de origen griego y debió de vivir muy probablemente en Tarso, patria de su maestro Herodoto, de quien aprendió Medicina y la particular metodología clínica que le valió el calificativo de «Empírico». La ciencia médica antigua conoció ya, en efecto, las modernas distinciones entre el método racionalista y el empírico. Los médicos partidarios del primero buscaban las causas de las enfermedades y deducían de ellas racionalmente las posibilidades terapéuticas.
Los de la segunda escuela, en cambio, juzgaban vano y abstracto el otro procedimiento, y no admitían más orientación que la experiencia, con sus irreductibles particularidades y su carácter provisional; y así, meramente inspirados en la práctica, seguían el curso de la dolencia, y comprobaban sus síntomas cada vez como hechos nuevos, seguros de las inesperadas manifestaciones de lo imponderable propias de la individualidad. De esta suerte aparece clara la influencia que la mentalidad de Sexto debió de experimentar en la profundización del problema de los conocimientos científicos, y resulta, además, comprensible su inclinación decisiva hacia el escepticismo. Su pasión por las cuestiones de crítica especulativa convirtióle en un filósofo cuya fama superaba entonces la que poseyera como médico; de su producción, efectivamente, se conservaron las obras filosóficas, pero no las de medicina (Memorias de medicina, Memorias empíricas).
Sin embargo, no todos sus textos de filosofía han llegado hasta nosotros; algunos de ellos no resistieron el paso del tiempo. Nos quedan las Instituciones pirronianas y Contra los matemáticos (v.; mejor sería, a pesar de la tradición, traducir «Contra los dogmáticos»). Espíritu combativo, y revolucionario en el ámbito de la ciencia, su personalidad se ha impuesto no tanto por la originalidad de su doctrina, procedente de la especulación anterior, o sea de Pirrón, Timón, Enesidemo y Agripa, como por el sagaz planteamiento de los motivos clásicos del escepticismo.
G. Martano