Pintor y escritor catalán. Nació en Barcelona en 1861 y murió en Aranjuez en 1931. Muy pronto quedó huérfano de padre; hizo los primeros estudios en su ciudad natal. Desde su adolescencia trabajó en el negocio familiar de hilados, bajo la férula de su abuelo, que siempre se opuso a la vocación de Rusiñol por el dibujo y la pintura. El joven dibujaba a escondidas: copiaba ilustraciones de libros y en sus correrías por el barrio portuario sacaba apuntes de los barbudos marineros de la época. Bien cumplidos los veinte años y muerto ya el abuelo, pudo satisfacer plenamente sus ansias de formación artística; asistió con gran aprovechamiento a las clases de Tomás Moragas y frecuentó el Centro de Acuarelistas, del cual fue uno de los fundadores. En 1882 participó en un concurso de dibujos de hierros forjados catalanes, y de entonces data su afición a este género de obras de arte, de las que llegó a reunir una importante colección en su museo particular del «Cau Ferrat», en Sitges.
En 1884 abrió su primera exposición en la tradicional Sala Parés de la capital catalana, junto con sus amigos el pintor Ramón Casas y el escultor Enric Clarasó. Por aquel entonces realizó en compañía de Casas un viaje en carro por Cataluña: los viajeros sacaban apuntes de tipos y paisajes, pintaban, hablaban con todo el mundo y por caminos y posadas desplegaban su simpatía humana y su extraordinario sentido del humor. La idea de su comedia La alegría que pasa (v.), a la que puso música Enric Morera, nació de aquel viaje, en Alpens, donde los artistas encontraron una «roulotte» de saltimbanquis, con los que trabaron amistad. En 1887 se fue a París y se instaló en Montmartre con otros artistas catalanes: allí fueron sus maestros Puvis de Chavannes y Carrière.
Desde París mandó a La Vanguardia, de Barcelona, una serie de artículos que aparecieron bajo la rúbrica daudetiana — Rusiñol fue admirador y amigo de A. Daudet— Desde mi molino; estos artículos y los dos volúmenes de Impresiones de arte fueron las únicas obras que Rusiñol escribió en castellano. En Fulls de la vida nos cuenta sugestivas impresiones de aquel período de bohemia parisiense. Por aquel entonces conoció al pintor Zuloaga y fue éste quien despertó su admiración por el Greco en una época en que el genial cretense estaba completamente olvidado. Con Zuloaga visitó Italia, sobre todo Florencia donde pasó cuatro meses. De vez en cuando hacía escapadas a Barcelona y a otras capitales de la península; en Granada pintó su primer jardín, punto de partida de su predilección por este tema pictórico. Tres veces expuso en París, en el Salón de los Independientes, en la Nacional y más tarde en las Galerías Bring, donde presentó una colección de jardines españoles que mereció grandes elogios. Funda por aquellas fechas el «Cau Ferrat» y allí coloca los Grecos adquiridos en Francia; también en Sitges levanta una estatua al pintor de Toledo, con dinero recogido por suscripción popular. Su primera obra literaria importante en catalán fue Anant peí món, libro de recuerdos. En 1890 estrena su primera obra escénica: el monólogo L’home del orgue. Siguieron L’alegría que passa, ya citada, El jardí abandonat, Llibertat (v.), obra esta última traducida por Benavente y representada en Madrid.
A partir de este momento la actividad de Rusiñol se multiplica como pintor, como novelista y como comediógrafo. Celebraba una exposición anual de sus pinturas en la Sala Parés, siempre conjuntamente con sus fieles compañeros Casas y Ciar asó, y también cada año publicaba y estrenaba novelas y comedias. De su producción teatral sobresalen Los Juegos Florales de Canprosa (1902, v.), sátira contra los certámenes literarios, que habían entrado ya en un período de decadencia; El místic, contra el falso espíritu religioso sin caridad, de tema inspirado en la tragedia de los últimos años de Jacint Verdaguer; El héroe (1903, v.), obra antimilitarista, estrenada pocos años después de los desastres coloniales y que fue prohibida a la segunda representación; La fea (v.), que presenta el caso de la mujer fea que se lanza a la acción revolucionaria como evasión ante sus fracasos amorosos; El jardí abandonat, símbolo del aislamiento de un mundo caduco, el de la aristocracia; La madre (1907, v.), exaltación del amor maternal, único sincero y desinteresado; Las aleluyas del señor Esteve (1917, v.), escenificación de su novela de igual título, cuyo protagonista, «el señor Esteve», ha pasado a ser el prototipo del menestral catalán, hombre sencillo y práctico, laborioso, esclavo de su negocio, ahorrador y prosaico, base del renacimiento económico de Barcelona, que culminó en la Exposición de 1888; La buena gente (v.); Los sabios de Vilatriste (v.), en colaboración con Martínez Sierra, y numerosos sainetes y otras obras menores.
Entre sus novelas cabe citar. L’auca del senyor Esteve, El pueblo gris (v.), El catala de la Manxa, La isla de la calma (v.), La «niña gorda», El Josepet de Sant Celoni (v.), etc. Rusiñol puede ser considerado como el alma del movimiento modernista en Cataluña. Fue un espléndido producto de su tiempo y de su ambiente; desarrolló sus múltiples actividades sin esfuerzo aparente, con arrebatadora simpatía, sin polémicas ni contratiempos. No fue un pintor genial — una vez encontrada la fórmula de sus «jardines» la explotó sin interrupción hasta su muerte— ni un gran escritor; su formación cultural fue sumaria y todo lo aprendió de la vida para lo cual poseyó grandes dotes de observador y asimilador, pero nunca experimentó problemas estéticos o estilísticos, ni mostró inquietud por abrir nuevos horizontes literarios. Con todo fue siempre artista, tanto si manejaba el pincel como la pluma y supo servir honrada y puntualmente las aficiones y los gustos de su público.
J. Oliver