Nombre ficticio dado al autor hebreo anónimo de los cuatro capítulos de la Biblia con que termina la serie de textos de los profetas menores, y cuya significación «ángel o mensajero del Señor» hace creer inspirado en las primeras palabras del capítulo tercero: «He aquí que yo envío a mi mensajero» («mal’aki»). Nada sabemos acerca del desconocido escritor, en quien algunos Padres supusieron, si no la procedencia, por lo menos la pureza angélica. Su personalidad, empero, surge luminosa de algunos indicios del texto. Patriota judío, ama apasionadamente a su país y odia a muerte a los enemigos de la patria. En la destrucción de los aborrecidos edomitas encuentra la prueba más evidente del amor que Dios manifiesta a su pueblo. Hombre de una fe imperturbable, ni un solo instante admite la posibilidad del abandono de la grey amada por el Señor.
Conviene, empero, mantener sólidamente la unión con Él, y abstenerse de cualquier unión con mujeres extranjeras. En este aspecto, el profeta anónimo, que vivió tras la restauración del culto en el templo de Zorobabel y mientras el gobierno nacional hallábase en manos de un «peah» o «gobernador» persa, aparece vinculado a los esfuerzos de Esdras y Nehemías, de quienes debió de ser contemporáneo (siglo V a. de C.). La predilección y el profundo conocimiento del culto israelita, del que critica la negligencia, permiten atribuir a este escritor una ascendencia levítica, a pesar de la suposición del seudo Epifanio, quien le juzga natural de Sofá, en la tribu de Zabulón. Malaquías no es, sin embargo, un formalista o ritualista. Se trata de un hombre poseedor de una elevada conciencia ética y espiritual; y así, el rito, en su opinión, no es el fin, sino la expresión visible de la fe viva en Jahvé: «Quien descuida el rito demuestra no poseer íntegramente la religión verdadera» (P. Schmith). La Iglesia católica celebra la fiesta de este santo el 14 de enero.