Poeta hispanoamericano nació en la aldea nicaragüense de Metapa en 1867, murió en León (Nicaragua) en 1916. Patriarca de la moderna poesía española, pues todos los poetas españoles e hispanoamericanos modernos, por una u otra línea, descienden de Darío Se llamaba realmente Félix Rubén García Sarmiento; pero su familia era conocida por el apellido de un abuelo, «la familia de los Darío», y el joven poeta, en busca de eufonía, adoptó la fórmula «Rubén Darío» como nombre literario de batalla.
No se ocuparon mucho de él sus padres: fueron unos tíos suyos, el coronel Ramírez y Bernarda Sarmiento, quienes cuidaron de su educación elemental, que no pudo llegar más allá de los estudios cursados en el instituto de León.
En 1881 estaba en El Salvador y en 1886 se encontraba en Chile y escribía en los principales periódicos de aquella república. Son sus primeros tiempos de poeta y periodista, los tiempos de Epístolas y poemas (1885), Abrojos y Rimas (1887), en que se está incubando en su alma la inquietud creadora, y en 1888 sale de su pluma el libro inicial del gran renovador: Azul (v.), saludado con alegría y esperanza por uno de los valores más positivos y finos de las letras castellanas, Juan Valera, en sus Cartas americanas.
En aquel libro hay prosas y versos, pero poca es la innovación del verso, por ejemplo, la introducción del soneto alejandrino al estilo francés; en cambio, la «originalidad característica de Darío aparece espléndida en la prosa poética de Azul, tipo de prosa ya esbozada por Bécquer en sus leyendas, que llevará después a la culminación con estilo propio Juan Ramón Jiménez en Platero y yo.
El gran lírico será en seguida corresponsal de La Nación de Buenos Aires, ciudad donde vivió después como cónsul de Colombia y donde fundaría la Revista de América con Ricardo James Freyre; antes, había ido a España para representar a su país en las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América y a España volverá como enviado del gran periódico bonaerense.
Cónsul de Nicaragua en París, conoce allí a parnasianos y simbolistas; confesará luego que Catulle Mendés fue su verdadero iniciador, aunque el iniciado superó bien pronto al maestro, y escribirá un maravilloso Responso a Verlaine; visita diversos países de Europa y América, vuelve a Francia y a España, se instala en Mallorca (cartuja de Valldemosa), vive algún tiempo en Nueva York y acaba refugiándose en su país natal, Nicaragua, para morir en la tierra que lo vio nacer.
Enteramente inquieto e insatisfecho, codicioso de placer y de vida, angustiado ante el dolor y la idea de la muerte, pasa frecuentemente del derroche a la estrechez, del optimismo frenético al pesimismo desesperado, entre drogas, mujeres y alcohol, como si buscara en la vida la misma sensación de originalidad que en la poesía o como si tratara de aturdirse en su gloria para no examinar el fondo admonitor de su conciencia.
Este «pagano por amor a la vida y cristiano por temor de la muerte» es un gran lírico ingenuo que adivina su trascendencia y quiere romper el cerco tradicional de España y América: y lo más importante es que lo consigue.
Es necesario romper la monótona solemnidad literaria de España con los ecos del ímpetu romántico de Víctor Hugo, con las galas de los parnasianos, con el «esprit» de Verlaine; los artículos de Los raros (1896), de temas preponderantemente franceses, nos hablan con claridad de esta trayectoria; mas también América hispánica se está encerrando en un círculo tradicional, con lo norteamericano por arriba y los cantos a Junín y a la agricultura de la Zona Tórrida por todas partes; y allá van sus Prosas profanas (v.), con unas primeras palabras de programa, en las que figuran composiciones tan singulares y brillantes como el Responso a Verlaine, Era un aire suave… y la Sonatina. Ha triunfado el modernismo: había que reaccionar contra la ampulosidad romántica y la estrechez realista; las inquietudes de Casal, de James Freyre, de Asunción Silva, de Martí, de Díaz Mirón, de Salvador Rueda, son recogidas y organizadas por el gran lírico, que, influido por el parnasianismo y el simbolismo franceses, echa las bases de la nueva escuela: el modernismo, punto de partida de toda la renovación lírica española e hispanoamericana.
Pero él rechaza las normas de la escuela y la mala costumbre de la imitación; dice que no hay escuelas, sino poetas, y aconseja que no se imite a nadie, ni a él mismo… Ritmo y plástica, música y fantasía son elementos esenciales de la nueva corriente, más superficial y vistosa que profunda en un principio, cuando aún no se había asentado el fermento revolucionario del poeta. Pero pronto llega el asentamiento.
El lírico «español de América y americano de España», que había abierto a lo europeo y a lo universal los cotos cerrados de la Madre Patria y de Hispanoamérica, miró a su alma y su obra, y encontró la falta de solera hispánica: «yo siempre fui, por alma y por cabeza, / español de conciencia, obra y deseo»; y en la poesía primitiva y en la poesía clásica española encontró la solera hispánica que necesitaba para escribir los versos de la más lograda y trascendente de sus obras: Cantos de vida y esperanza (1905, v.), en la que corrige explícitamente la superficialidad anterior («yo soy aquel que ayer no más decía…»), y en la que figuran composiciones como Lo fatal, La marcha triunfal, Salutación del optimista, A Roosevelt y Letanía de Nuestro Señor don Quijote.
El gran lírico nicaragüense abre las puertas literarias de España e Hispanoamérica hacia lo exterior, como lo harán en seguida, en plano más ideológico, los escritores españoles de la generación del 98. La Fayette había simbolizado la presencia de Francia en la lucha norteamericana por la independencia; las ideas de los enciclopedistas y de la Revolución francesa habían estado presentes en la gesta de la independencia hispanoamericana: ¿qué tiene de sorprendente que Darío buscara en Francia los elementos que necesitaba para su revolución? Quiso modernizar, renovar, flexibilizar la grandeza hispánica con el «esprit», con la gracia francesa, frente al sentido materialista y dominador del mundo anglosajón y, especialmente, norteamericano.
Otras composiciones trascendentes figuran en otros libros suyos: El canto errante (1907, v.), Poema del otoño y otros poemas (1910, v.), en el que figuran Margarita, está linda la mar… y Los motivos del lobo, y el libro que contiene su composición más extensa, el Canto a la Argentina (v.), que con otros poemas se publicó en 1914.
La prosa suya, además de en Azul y en Los raros, podemos encontrarla en Peregrinaciones (1901), La caravana pasa (1902) y Tierras solares (1904), entre otros trabajos de menor interés concernientes a viajes, impresiones políticas, autobiográficas, etc. Darío es un genio lírico hispanoamericano de resonancia universal, que maneja el idioma con elegancia y cuidado, lo renueva con vocablos brillantes, en un juego de ensayos métricos audaces y primorosos, y se atreve a realizar con él combinaciones fonéticas dignas de fray Luis de León, como aquella del verso: «bajo el ala aleve de un leve abanico»; pero la aliteración es sólo un aspecto parcial de la musicalidad del poeta, maestro moderno y universal del ritmo, la imagen y la armonía.
J. Sapiña