Ottorino Respighi

Nació en Bolonia el 9 de julio de 1879 y murió en Roma el 18 de abril de 1936. A los ocho años empezó el estudio del violín, que prosiguió, junto con el de la viola, en 1891 en el Liceo Musical «G. B. Martini» de su ciudad natal. Luego cursó composición, y a fines de 1900 pre­sentó sus Variazioni sinfoniche. Este mismo año marchó a Rusia, donde permaneció cinco meses y conoció a Rimski-Korsakov. A tal época pertenece el Preludio, córale e fuga para orquesta, que en 1901 le valió el diploma de compositor en la mencionada institución musical boloñesa. Según dijo el mismo autor, influyeron notablemente en la orientación de su personalidad las lecciones de Rimski, el conocimiento de la música rusa y la asistencia en Rusia a las repre­sentaciones de óperas y ballets. Siquiera desarrollase una intensa actividad de con­certista, prevaleció en él cada vez más la creación.

En 1913 pasó a enseñar composi­ción en el Conservatorio de Santa Cecilia, de Roma, en la que fijó su residencia. Respighi es el compositor italiano más famoso del pri­mer tercio del siglo actual, con excepción de algunos autores de ópera. En 1917 com­puso el primero de sus poemas sinfónicos, Las fuentes de Roma (v.). De acuerdo con el mismo esquema cuatripartito dio a la luz, en 1924, Pinos de Roma (v.), obra que obtuvo el mismo éxito que la anterior. Junto a su producción sinfónica, en la que figuran otras composiciones, cabe situar la de carácter teatral, género en que, sin embargo, no halló el músico tan buena acogida; mencionemos, dentro de este cam­po, Belfagor (Milán, 1923, v.), La campana sommersa (Hamburgo, 1927, v.), Maria Egiziaca (Nueva York, 1931, v. Vida de Santa María Egipciaca), y La fiamma (Roma, 1933, v.).

En Lucrezia, dejada incompleta y terminada por su viuda, Respighi tiende al reci­tativo dramático propio del siglo XVIII, reduce los límites de la función orquestal y renuncia al colorismo ilustrativo en el que anteriormente se complaciera, quizá en perjuicio de la expresión. De acuerdo con tal tendencia orientó asimismo las trans­cripciones de músicos de antaño, a quienes estudiara ya desde su juventud. Posible­mente, empero, lo mejor de la obra de Respighi se halla en las páginas suaves y veladas por una sutil melancolía.

G. M. Gatti