Nació el 10 de noviembre de 1728 en Pallas (Longford, Irlanda), murió en Londres el 4 de abril de 1774. Hijo de un pobre eclesiástico, tímido y poco atractivo de aspecto a causa de una viruela que había padecido a los ocho años, el muchacho comenzó a luchar pronto para ganarse la vida. Después de haber asistido a las escuelas de enseñanza media, entró en 1744 en el Trinity College de Dublín como «sizar», es decir, afecto a servicios humildes a cambio de un subsidio; a pesar de su falta de diligencia y de una fuga con la que había querido manifestar su rebelión contra un castigo, logró ganar el título de «Bachelor of Arts» en 1749.
Suspendido en los exámenes que realizó para entrar en la carrera eclesiástica, ejerció durante breve tiempo como preceptor; pero dejó su puesto apenas dispuso de algún dinero para derrochar. Un paciente tío le dio dinero para estudiar Leyes en Londres; pero también lo malgastó y no pasó de Dublín. Marchó después, en 1752, a estudiar Medicina a Edimburgo, y en 1754 llegó a Leyden. Después de haber permanecido allí durante un año, empezó a vagar por Europa, viajando a pie por Francia, Suiza e Italia: había partido sin un céntimo y parece que se sustentaba tocando la flauta y manteniendo coloquios en las universidades. En algún ateneo se procuró también un diploma, del que se sirvió a su regreso a Londres para ejercer, a partir de 1756, la Medicina. En 1758 trató inútilmente de obtener un puesto de médico en la India. Mientras tanto, había comenzado a escribir: los artículos que salieron en la Abeja (v.) y las Cartas chinas (v. El ciudadano del mundo) aparecidas en el diario del editor Newbery (para el que G. realizó otros varios trabajos) le valieron la notoriedad, pero no la riqueza, que no pudo alcanzar a causa de la imprevisión, la caridad y el amor a los placeres de la existencia.
Hacia 1761 trabó amistad con Johnson, el cual lo introdujo en la mejor sociedad intelectual de la época: fue presentado a Reynolds y Burke y llegó a ser miembro del famoso Literary Club. El manuscrito de su obra maestra, El vicario de Wahefield (v.), vendido por 60 libras esterlinas, en 1761, le salvó de la prisión por deudas. El viajero [The Traveller, 1764], largo poema de fondo filosófico, en el que G. usa del conocimiento de los países extranjeros adquirido en su peregrinar, consolidó su posición. El mismo año apareció la History of England in a Series of Letters, y a continuación dos comedias, El hombre de bien (v.) y Se humilla para conquistar (v.), que figuran, especialmente la segunda, entre sus mejores obras y aspiran a ser una reacción contra el falso sentimentalismo de su tiempo. De 1770 es La aldea abandonada (v.), un poema que, todavía hoy, conserva su frescor; con él se inicia una tradición literaria que llevará a la problemática social de la literatura más reciente.
En 1774, nuestro autor fue atacado de fiebres que se agravaron a causa de la miseria a que lo había reducido su habitual imprevisión, y todavía más por el uso de medicamentos inadecuados. Murió llorado por los pobres a los que había beneficiado y por los amigos que, a pesar de los graves defectos — imprevisión, vanidad y, por lo menos en los últimos años1, disipadas costumbres — lo amaban por su bondad, su simpatía y su brillante y espontáneo sentido del humor: dotes que hacen de él un escritor que, al decir de Scott, «ayuda a reconciliarnos con la naturaleza humana». Algunas de sus obras, por ejemplo ciertas compilaciones de historia griega y romana, compuestas para sus editores, se resienten del apresuramiento con que fueron escritas y casi sólo valen por su estilo; pero sus obras mejores le otorgan un puesto importante en la historia de las letras inglesas.
E. Vaccari