Nació en 978 y murió en 1016. Es la autora de una de las más importantes obras de la literatura nipona, el Genji monogatari (v.). Pertenecía, por parte de padre y de madre, a una rama de los Fujiwara, la más ilustre familia de la nobleza de la época, familia en la que, por noble tradición, era vivo el culto a las letras y que dio al Japón una gran cantidad de hombres eminentes en todos los campos. Su bisabuelo, Fujiwara-no-Kanesuke (877- 933), había sido un famoso poeta, y su padre, Fujiwara-no-Tametoki, era un buen literato. Heredó ella su talento de escritor y recibió, cual convenía a las jóvenes de su familia, cuidadosa educación; y como tenía además por naturaleza una memoria prodigiosa, pronto adquirió una vasta cultura que abarcaba desde la literatura china y japonesa hasta la búdica.
En 996 acompañó a su padre a la provincia de Echizen, de la que había sido nombrado gobernador, y en 998 conoció a Fujiwara-no-Nobutaka, con quien había de contraer matrimonio al año siguiente. De este matrimonio nacieron dos hijas: Katako, conocida en literatura con el nombre de Daini-no-sammi, y Ben- no-tsubone. En 1001, a los tres años solamente de casado, murió el marido, al parecer de una epidemia, y ella, profundamente conmovida, se retiró a la vida privada, entregándose totalmente al estudio. Durante este período nació su inmortal obra maestra. Una tradición pretende que la escribió en el templo de Ishiyama, junto al lago Biwa y bajo la luz de la luna que se reflejaba en las aguas, escena que ha inspirado infinitas veces a los pintores, e incluso a los peregrinos que visitan hoy el templo se les muestra el tintero de que se había servido la escritora. Parece que Murasaki entró primero al servicio del omnipotente ministro Michinaga (966-1027) y después, en 1008, al de la corte, como dama de compañía de Fujiwara Akiko (988-1011), hija de Michinaga y esposa del emperador Ichijo (986-1011).
Bajo el reinado de este soberano, la corte fue un verdadero centro de ingenios femeninos. Ichijo había contraído matrimonio con dos primas (hijas de dos hermanos de su madre): Sadako (977-1000), emperatriz titular, y Akiko, segunda esposa («chugu»), cada una de las cuales tenía su propia corte de damas de honor, elegidas para este cargo por sus dotes espirituales. Sadako contaba entre sus damas a Sei Shonagon (v.), en tanto que Akiko tenía, además de Murasaki, a Izumi Shikibu (v.). Estas tres mujeres figuran entre los más deslumbrantes astros del firmamento literario de la época y los nombres más descollantes de la literatura de su país. En esta época en que toda la producción literaria tiene carácter aristocrático y surge de la corte, único gran hogar cultural del Japón, la mujer ocupaba en la sociedad un lugar diametralmente opuesto al que tendrá en el futuro.
Recibía la misma educación e instrucción que los hombres, los cuales, lejos de considerarla inferior, la respetaban y competían con ella en las actividades espirituales. Alrededor del año 1000, las mujeres tuvieron, pues, entre sus manos la suerte de la literatura japonesa. Ello puede explicarse bien porque los hombres de este tiempo vivían en el ocio y la molicie o porque estaban absorbidos por los estudios chinos, tradicionalmente considerados como la única ocupación seria reservada a ellos. Las mujeres, por el contrario, habían hecho objeto de sus preferencias la lengua nacional y su mentalidad no se mostraba esclava de influencias extrañas a su temperamento, por lo que podían dar libre expresión a su propia fantasía en la lengua que habían aprendido en su infancia. En el ambiente cortesano, intelectualmente refinado, pero frívolo, placentero y de costumbres libres, siempre a la rebusca de placeres estéticos delicados, pero lleno también de intrigas y aventuras amorosas, Murasaki constituyó una noble excepción. Su nombre, al que no le rozó escándalo alguno, fue sinónimo de las mejores virtudes femeninas.
Su unión matrimonial, aunque breve, había sido feliz, y ella vivió una vida casta y pura, totalmente dedicada a la memoria de quien había sido para ella perfecto compañero. Duramente probada por el destino, la vida y sus alegrías no tenían ya sentido para ella, y pasaba los días en la mayor soledad. Todo hace suponer que, después de la muerte de su marido, madurara en su ánimo el propósito de abrazar la vida religiosa, pero que después, por algún motivo, hubo de abandonar Murasaki esta idea. Tras la muerte de Ichijo en 1011, continuó Murasaki durante algún tiempo sirviendo a la viuda. En 1014, sin embargo, habiendo muerto su hermano en la provincia de Echizen, de la que su padre era gobernador, marchó ella a ocupar su puesto y volvió a Kyoto con su padre, que había presentado la dimisión de su cargo. Pero un nuevo golpe del destino la abrumó Su dolor fue tan vivo, que su salud quedó gravemente afectada, y al poco tiempo murió (1016). Trazar un retrato de Murasaki no es cosa fácil ni podría hacerse en esta breve reseña de su vida. Nos limitaremos a indicar tan sólo el aspecto más sobresaliente de su carácter: una rica e intensa vida interior con una relevante tendencia a la introspección.
Añádase a esto un sentimiento siempre noble y un trato exquisitamente elevado, aun en la crítica, y se tendrá lo esencial de su personalidad, que se trasparenta sobre todo en su diario, precioso documento de su psicología.
M. Muccioli