Nació en Bergerac (Dordoña) el 29 de noviembre de 1766 y murió en París el 23 de julio de 1824. En su familia, perteneciente a la antigua aristocracia, era tradicional la política: a ella se dedicó, en consecuencia, nuestro autor. Sin embargo, Maine de Biran, quien poseía de la tradición político-militar francesa la ambición, entendida en la más noble acepción del término, la honradez y la fidelidad galas, y todos los requisitos exteriores, no era, en el fondo de su espíritu, un político verdadero. Cuenta, en el Diario íntimo (v.), que durante su juventud la disciplina de la Guardia de Corps, en la cual ingresó a los dieciocho años, le perturbó y desorientó; más tarde, la descortesía de un colega del Consejo de los Quinientos o los cumplidos de una tertulia le molestaban o halagaban, satisfacían sus veleidades mundanas y torturaban, al mismo tiempo, su vocación de seriedad y recogimiento interior. En realidad — según atestiguan sus páginas más humanas —, su temperamento instintivo convertíale en un ser voluble y frágil, inquieto y pacífico a la vez. De esta suerte, a lo largo de toda su vida fue político y hombre de mundo sin perder nunca su profundo carácter de hombre solitario y reflexivo.
En 1789 Maine de Biran, aristócrata, se había mostrado opuesto a los revolucionarios; sin embargo, su conciencia del pasado no le impidió llegar a administrador de Dordoña en 1795, miembro del Consejo de los Quinientos en 1797, consejero de la prefectura en Périgueux, subprefecto en Bergerac en 1896, diputado al Cuerpo legislativo desde 1809 hasta su muerte, y cuestor de la Cámara de 1814 a 1819. Así como se había sentido a disgusto junto a los revolucionarios de 1789, no comprendió tampoco la mezquina restauración de 1815 y el monarquismo de los ultrarrealistas, por cuanto muy equilibrada y sagazmente percibía la fuerza histórica de la idea democrática y la realidad de la situación, y, de otro lado, no podía librarse de la nostalgia aristocrática de la vieja Francia. Aparecía de esta suerte un inconstante en política, pues no sabía ser fanático en tiempos de profundas transformaciones. Tímido y simpático, delicado de salud, pero no enfermo, e idólatra de la paz del hogar rural y «charmant» en la corte, Maine de Biran poseía unas características harto inadecuadas a la nueva situación social. Cultivó al principio las Matemáticas, y también la Psicología en la escuela de los ideólogos; y entre sus amigos ‘y corresponsales figuraban los mejores talentos de la época.
El análisis ideológico, empero, no le resultaba suficiente, y parecíale árido; por otra parte, consideraba superficial el lirismo psicológico. Cada vez más el sagrario del yo iba convirtiéndose en el refugio y, al mismo tiempo, en el problema de un espíritu insatisfecho y noble; y en él Maine de Biran, que hizo del yo el objeto de un estudio vital, fue recobrando su centro de orientación. Las páginas elegantes y severas del Diario íntimo y de las Nuevos ensayos de antropología (v.), interrumpidas por la muerte del autor, revelan, en la labor de un hombre consciente que vivió entre el fasto de Luis XVI y la tragedia de Napoleón, uno de los moralistas más sutiles y de los mayores metafísicos de Francia. Además de las obras mencionadas cabe recordar la Memoria sobre el hábito (1802, v.) y el Ensayo sobre los fundamentos de la psicología y las relaciones con el estudio de la naturaleza (v.), publicado póstumo.
M. T. Antonelli