Marco Terencio Varrón (Raetino)

Nació en 116 a. de C. en Reate (Rieti), y murió hacia los noventa años en 27 a. de C. La formación literaria y filosófica recibida le permitió abarcar una vasta doctrina y una diversidad de intereses que nos llevan a considerarle el primer gran enciclopedista latino. Fue discípulo del gramático L. Elio Stilon, muy aficionado al estudio de las tradiciones ro­manas más antiguas y comentarista de las leyes de las Doce Tablas. Luego, en Atenas, se relacionó con Antíoco de Ascalón, célebre filósofo platónico pasado al estoicismo. Su vida fue esencialmente la propia de un estu­dioso, a pesar de las frecuentes interrupcio­nes debidas a los acontecimientos históricos entre los cuales se desarrolló. Inició posible­mente la actividad militar en 78-77, con motivo de la guerra dálmata. Conservador de profundas convicciones, convirtióse pron­to en amigo y partidario de Pompeyo, y, así, participó en las campañas contra Serto­rio y los piratas.

Confirma sus notables dotes militares la corona naval obtenida en 67, honor que no consiguió nadie más sino Agripa. En la tercera guerra contra Mitrídates pudo haber seguido también a Pom­peyo. La amistad con éste y Cicerón le in­dujo a adherirse al movimiento oligárquico; pero cuando el primero se unió a César y Craso, amigos suyos asimismo, escribió con­tra la coalición una «satura», Tricaranos, en la que satirizaba al «monstruo de tres ca­bezas» del triunvirato. Siguió, empero, par­ticipando en la política en calidad de «quindecemvir ad agros dividendos» vinculado a la «Lex Iulia agraria». Al estallar la guerra civil era legado de Pompeyo en la Hispania Bética; pronto, empero, debió de entablar negociaciones con César, entregarle su pro­pio ejército, entonces ya en disolución, y retirarse poco después a la vida privada. En 47 dedicó al futuro dictador, entonces pontífice máximo, la segunda parte (Rerum divinarum) de las Antigüedades (v.); ello supone un signo evidente de aproximación.

César, en recompensa del homenaje, le con­firió un apreciado encargo: la organización de la proyectada biblioteca de Roma, inspi­rada en el modelo de la de Alejandría. Al constituirse el segundo triunvirato Varrón viose proscrito por Antonio, quien anhelaba su magnífica villa situada en las laderas del Monte Cassino; sin embargo, salvado en aquella ocasión por Fufio Caleño, fue luego perdonado por Octavio. En adelante pudo entregarse por completo a los estudios pre­dilectos hasta su muerte, ocurrida precisa­mente el mismo año en que Octavio pasó a ser Augusto. Fue tal su fama que pudo ver su propio busto colocado en la biblio­teca de Asino Polión, reconocimiento excep­cional. Quiso ser enterrado a la manera de Pitágoras, en un sarcófago de arcilla, y entre hojas de mirto, olivo y álamo negro. En su considerable producción (conocemos setenta y cuatro títulos, pertenecientes a un conjunto de seiscientos veinte libros), casi totalmente perdida, cabe distinguir:

a) obras de historia y de temas antiguos, como las Antigüedades, texto junto al cual pueden situarse La vida del pueblo romano (v.), La raza del pueblo romano (v.) y diversas composiciones menores, como las autobio­gráficas Le vita sua libri III y Legationum libri III, y los tres libros De Pompeio;

b) obras de literatura y lingüística, entre las cuales destacan las Hebdómades (v.) y los veinticinco libros De la lengua latina (v.), en tanto merecen ser recordados los textos biográficos acerca de antiguos poetas (De poetis) y los estudios sobre el teatro y Plauto en particular : en Quaestiones Plautinae y De comoediis Plautinis sometía a un examen crítico la autenticidad de las nu­merosas comedias atribuidas a Plauto, de las que reconocía como pertenecientes en realidad al autor en cuestión sólo veintiuna, probablemente las llegadas hasta nosotros;

c) obras didácticas, fruto de los vastos cono­cimientos enciclopédicos de Varrón, y de las cuales cabe mencionar singularmente los libros de Las disciplinas (v.), aun cuando para nosotros posean mayor importancia, puesto que todavía podemos leerlos, los tres de Agricultura (v.);

d) obras de un carácter más personal y fantástico, como los Logistóricos (v.) y las famosas Sátiras menipeas (v.), en las que el espíritu enciclopédico cedía el puesto al «Italum acetum», a la «verve» del sabino de los buenos tiempos antiguos. Así manifiesta San Agustín su admiración respecto de la considerable pro­ducción del autor: «Es tal el número de libros leídos por Varrón que no se comprende cómo haya podido quedarle el tiempo nece­sario para la composición de los suyos; por otra parte, ha escrito tantos que mal puede entenderse cómo pudiera leer tal cantidad». No sólo, empero, se dedicó a la lectura y a la literatura: tuvo también una gran ex­periencia de la vida, de los hombres y de las cosas, conocimiento que llevó continua­mente a sus textos, deseoso de transmitir a la posteridad una rica herencia espiritual.

M. Manfredi