Nació en Roma el 26 de abril de 121 y murió en Vindobona el 17 de marzo de 180. Emperador y filósofo procedente de la hispánica «gens Annia», es celebrado en la historia de Roma como jefe militar y césar, y se revela en sus textos espíritu universal y miembro de la gran familia ideal de los espíritus moralmente mejor dotados. Muchacho atractivo a causa de su ingenua sencillez, fue muy apreciado por Adriano, el cual, aludiendo al nombre de su padre, Annio Vero, llamóle por chanza «Verissimus»; adoptado por aquél, quien ordenó a su heredero Antonino que hiciera lo mismo, vivió y fue educado en el palacio imperial. Durante los veintitrés años del gobierno del sucesor de Adriano, los más felices de Roma, Marco Aurelio pudo aprender a fondo el arte de gobernar y respiró la «suavitas morum» de Antonino.
En trance de muerte, éste mandó llevar la estatua de la Victoria a los aposentos de Marco Aurelio, para simbolizar con ello el traspaso de los poderes imperiales (161). Sin embargo, luego de tanta «felicitas» los diecinueve años del reinado del nuevo emperador constituyeron uno de los períodos más calamitosos del Imperio, debido a la presión de los bárbaros y a las insurrecciones, epidemias, crisis y dificultades de toda suerte. Y así, al espíritu de Marco Aurelio, tan amante de la paz y de la meditación, confió la Historia una misión de orden práctico extremadamente gravosa y una vida sin reposo. No obstante, a la ininterrumpida serie de guerras y calamidades que devastó el Imperio supo oponer su jefe la serena fortaleza del carácter moral y del sentimiento del deber. En cierto momento este señor del mundo hubo incluso de vender en pública subasta los tesoros imperiales para hacer frente a los gastos ocasionados por la formación de un ejército de esclavos, gladiadores y evadidos destinado a la campaña que llevó a la sumisión de los marcomanos (172) y cuados (174).
Es un hecho curioso que un emperador aprendiese el secreto de tal fuerza en las enseñanzas escritas por un liberto de Frigia, Epícteto (en la obra del cual le iniciara el estoico Junio Rústico), y que haya amado la libertad tanto como la amó aquel pobre esclavo, lo cual le llevó a ser un césar que aborrecía el «cesarizar» (verbo creado, con odio, por él mismo). Extraordinaria resulta asimismo la realidad de un hombre que rige los destinos de un vasto Imperio y no tiene en su pretorio ambulante un hora de paz; con todo, escribe durante las horas de la noche, movido por una costumbre contraída desde muy joven. En la correspondencia (anterior a su advenimiento al trono imperial) con el amigo y maestro Marco Comelio Frontón había empleado la lengua de Roma; las cartas en cuestión versaban acerca de temas de estudio, problemas estilísticos y noticias de su precaria salud, perjudicada por un rígido ascetismo. Pero una vez en el poder, escribió en griego sus reflexiones sobre sí mismo y ante su conciencia.
Muy lejos aparece ya el primer césar, que redactaba en su tienda unos Comentarios fríos, desnudos y deshumanizados. En Carnunto compuso Marco Aurelio sus Soliloquios (v.) como para rehuir el tumulto de sus jornadas, vividas guerreando. Ello constituye, en realidad, un ejemplo de estoicismo. Sin embargo, en tal obra no se da un tratado de Filosofía estoica, ni mucho menos el dogma sin misericordia de Epícteto, ni tampoco el acento de maestro y teórico propio de Séneca. Hay en ella algo muy peculiar, solamente de Marco Aurelio: la manera humana, íntima y conmovedora de convertir la doctrina en un perpetuo examen de conciencia. En cuanto a las relaciones con los cristianos siguió el criterio jurídico de Trajano; y así, no quiso buscarles, y solamente los castigó cuando, una vez denunciados, se obstinaban en negarse a aceptar la religión tradicional. Más bien que la persecución, pues, dejó caer sobre aquéllos el peso de su duro juicio; el hecho es que los defensores del cristianismo, a quienes no prestó atención, no hicieron figurar al sabio emperador entre sus perseguidores.
V. Cilento