Ludwig Feuerbach

Nació el 28 de julio de 1804 en Landshut (Baviera) y murió el 13 de septiembre de 1872 en Nuremberg.

Era hijo de un famoso jurista y, terminada la segunda enseñanza en Ansbach, fue envia­do a estudiar Teología a Heidelberg y lue­go Filosofía a Berlín, donde figuró entre los discípulos de Hegel. Doctorado en Er­langen, permaneció allí, por los años 1829 a 1832, como profesor libre. Un texto publi­cado anónimo en 1830, Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad, le obliga a de­jar la enseñanza.

Entonces se retiró a una localidad de Baviera y cuidó de la publi­cación de Historia de la nueva filosofía, aparecida entre 1836 y 1841; de ensayos sobre Leibniz y Bayle, y de una Crítica de la filosofía hegéliana, así como de tex­tos de crítica religiosa que fueron el pró­logo de la principal de sus obras: La esen­cia del cristianismo (v.), que provocó gran entusiasmo, sobre todo entre los jóvenes.

Sucesivamente dio a luz Tesis de intro­ducción a la reforma de la Filosofía, Fun­damentos de la filosofía del porvenir (v.), y, de 1851 a 1857, otros dos grandes textos: las lecciones sobre La esencia de la reli­gión (v.) y Teogonia. En estado fragmen­tario quedó un ensayo sobre la Ética, que la muerte le impidió terminar.

Feuerbach ha sido estudiado con frecuencia por sus relaciones con Marx y Engels, que experimentaron intensamente su influjo, y debe ser recor­dado por su importancia en cuanto a la evo­lución más reciente de la filosofía de la religión; sin embargo, la significación cen­tral de su ideología tiene que buscarse en la posición por él adoptada frente a la filo­sofía especulativa de Hegel. En el primer aspecto cabe mencionar las palabras escri­tas por Engels en 1886: «Vino entonces La esencia del cristianismo, de Feuerbach..

El impedi­mento se había roto; el sistema quedaba hecho pedazos… Por un momento fuimos todos feuerbachianos». Las reservas que Engels y Marx empezaron muy pronto a oponer a Feuerbach deben ser valoradas singular­mente a través de la exigencia que les in­ducía a determinar más concretamente la relación histórica del individuo con la so­ciedad y su tiempo; a causa de ello, el hombre de Feuerbach les parecía coronado aún por una «aureola teologal».

En cuanto al ter­cer aspecto, las páginas del filósofo sobre el «deseo teogónico» (cfr. Teogonia) y la fuerza del milagro (Sobre el milagro, 1839) presentan una importancia fundamental res­pecto de una apreciación positiva de la naturaleza más propia de la religión, frente, por ejemplo, a la interpretación lógico-meta­física ofrecida todavía por Hegel.

Feuerbach quiere defender al Dios de los creyentes contra los dioses de los filósofos. «La Omnipoten­cia —escribía en 1839— es la voluntad rea­lizada en el deseo, ya que nada hay imposible para éste… La fantasía es el ángel del corazón, el cielo de la tierra, el espejo del mundo, en cuanto responde a los deseos del hombre».

La importancia central de Feuerbach, aún no apreciada en su justo grado, reside, sin embargo, en la ruptura de la tradición metafísico-especulativa de la filosofía tradicional y el retorno de la Razón, por la que Hegel «representa el Antiguo Testa­mento de la Nueva Filosofía» en el plano de los hombres.

En ello, Feuerbach se libra del apa­rato dialéctico-metafísico de Hegel incluso más radicalmente que Marx, por lo menos en cuanto a la época juvenil de éste, cuyo pensamiento más maduro tiende a un exa­men positivo de las relaciones económico- sociales de acuerdo con la posición lógico – metafísica del Anti-Dühring de Engels, quien desde su juventud se había inclina­do a Feuerbach antes que Marx y más que éste.

En la tesis de doctorado de 1828, y luego en Pensamientos sobre la muerte y la in­mortalidad, de 1830, nuestro filósofo pro­curó aclarar las ideas hegelianas y defendió la inmortalidad del espíritu universal, pero no, por ello mismo, la del individuo, con un motivo aparecido en los comentaristas ára­bes de Aristóteles y que luego reaparecería sobre todo en Benedetto Croce y en Gentile. A continuación, sin embargo, Feuerbach tendió, cada vez más decididamente, a «poner de nuev

o cabeza arriba, sobre sus pies, al hombre que la filosofía especulativa había colocado boca abajo». Quiso defender la integridad del hombre individuo, «de la coronilla a los talones». La expresión fundada en el juego de palabras «Der Mensch ist, was er isst» (el hombre es lo que es, y lo que come), ha sido empleada hasta el abuso para ha­blar de un «materialismo» de Feuerbach, al que él mismo se oponía explícitamente.

F. Lombardi