Julián del Casal

Poeta cubano, nació en La Habana en 1863, murió en 1893. De padre español y madre cubana y familia acomo­dada, pierde a su madre muy niño, y a su padre cuando contaba 22 años; la fortuna paterna se había venido abajo y C. se en­contró sin recursos frente a la vida, tras los estudios que había cursado en el Colegio Belén, y a solas con el caudal de sus incli­naciones literarias y periodísticas.

Modesto empleado de Hacienda, perdió su empleo cuando inició la publicación de La Sociedad de la Habana, cuyo primer capítulo conte­nía alusiones mordaces para la familia del gobernador: la publicación fue suspendida.

Dedicado íntegramente a las Letras, vivió primero en un cuarto de la redacción de La Habana Elegante, hizo un viaje de pocos meses a España, donde trabó amistad con Salvador Rueda, y al volver se hospedó en un cuarto de la redacción de El País.

La rotura de un aneurisma segó en flor la vida de uno de los mejores líricos antillanos, que era ante todo y sobre todo un poeta (v. Poe­sías). Predomina la influencia romántica en su primer libro, Hojas al viento (1890); la parnasiana en Nieve (1892), y la de Verlaine y Baudelaire en Bustos y rimas (1893), obra póstuma de prosas y versos.

Esta tra­yectoria podría ser llamada «la ruta del mo­dernismo». Conoció a Rubén Darío en 1892, poco antes de morir, por lo que poca pudo ser la influencia rubeniana en C., quien influyó sin duda y poderosamente en el alma lírica de Rubén Darío.

Aunque su inspiración enfermiza nos haga recordar a Bécquer, C. no es un posromántico, sino un renovador, maestro de la rima y de las formas métricas que tanto habría de culti­var el modernismo; no se detiene en Heine: pasa por Gautier, Verlaine y Baudelaire, y forja una lírica de inquietud íntima que expresa su angustia de sentido universal desde una oscura habitación de La Habana; la intensidad lírica de su angustia hizo des­bordar el aneurisma de su inspiración y produjo la muerte del poeta.

Es un maestro del soneto endecasílabo (Pax Animae, Sa­lomé), pero también intenta el dodecasílabo y el alejandrino (Profanación). Bello ejem­plo de verso eneasílabo es Tarde de llu­via, y de verso en diez sílabas, Horridum Somnium. C., «poeta cubano de la angus­tia», sentía una apasionada inclinación ha­cia una niña de alma lírica que se llamaba Juana Borrero, a la que cantó en redon­dillas; ella, como contagiada de la mortal angustia del poeta, murió tres años después que él, a los diecinueve de edad.

La fantasía desbordada de C. pareció prever los hono­res que se le habían de rendir después de la muerte (Fatuidad póstuma); Martí y Ru­bén Darío cantaron su grandeza. Su obra dispersa en El estudiante (periódico manus­crito de su primera juventud), en el sema­nario La Habana Elegante, en El País, La Discusión, El Fígaro y La Caricatura, ha sido recogida y publicada recientemente.

El eterno pesimista, que ha dedicado su exis­tencia a la apasionada búsqueda de la Be­lleza, nos expresa su desesperación en dos versos que son el grito supremo de su alma angustiada: «Yo muero de buscarte en el mundo, sin haberte encontrado».

J. Sapiña