Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza

Dramaturgo mexicano nació probablemente en Taxco en 1580? y murió en Madrid (España) en 1639. De familia acomodada y ascenden­cia española, ilustre sobre todo por el ape­llido materno. Su padre tenía una posición definida en la minería del Real de Minas de Tasco. Estudió en la Universidad de México desde 1592 y se trasladó a España en 1600, donde se graduó de bachiller en Cánones en el mismo año, y en Leyes, en 1602 (Uni­versidad de Salamanca). Pero su estancia en España se hizo pronto económicamente difícil y sólo obtuvo apoyo de un pariente sevillano, Gaspar Ruiz de Montoya; des­pués de ejercer sin título la abogacía en Sevilla, logra repatriarse, aunque tiene que hacerlo probablemente en el séquito del arzobispo fray García Guerra en 1608, tras haber intentado inútilmente la vuelta en el año anterior. Obtiene el título de licen­ciado en Leyes en la Universidad mexicana en 1609, fracasa en sus aspiraciones al pro­fesorado universitario en tres intentos, y trabaja en empleos menores, para embarcar de nuevo rumbo a España en 1613. ¿Había venido a menos su familia? Es posible.

Lo cierto es que el joven licenciado ya no re­gresó a su país de origen y que no obstante haber iniciado ya su labor literaria, las dificultades con que tropezó en la península ibérica lo impulsaron a entregarse de lleno al teatro; y caso curioso e indiciario: cuan­do logra colocarse como relator interino en el Consejo de Indias (1626) parece acabarse la producción literaria que le había dado personalidad, pero había sido también la causa de sus amarguras y sinsabores. En 1633 se le confirmó en propiedad el cargo. La hostilidad con que fue acogido en el ambiente literario español el gran drama­turgo mexicano ha motivado muy diversas reacciones en la crítica moderna hispano­americana, que ha llegado a hablar del pa­tito feo de Andersen, lo cual resulta pueril. Es cierto que la reacción hostil fue sorprendentemente amplia e intensa.

Góngora y Montalbán lo acusaron de plagiario; Que- vedo lo llamó «hombre formado de parén­tesis» y aseguraba que la D de su firma no era don sino su medio retrato; un dra­maturgo tan ponderado como Tirso de Molina (fray Gabriel Téllez) le dedicó una décima en la que figuran insultos como éste: «un poeta entre dos platos»… «escribió una relación de las fiestas»… «porque es todo tan mal dicho / como el poeta mal he­cho»; y no se quedaron atrás Lope de Vega y Mira de Amescua, quienes fueron dete­nidos con motivo del escándalo que se armó en la representación del Anticristo (v.), Pero el hecho de movilizar en su contra a ge­nios de la altura de Lope de Vega, Góngora, Quevedo y Tirso de Molina es un homenaje muy singular y supone una valía sólo comparable al homenaje que dicha hos­tilidad representa; y si a ello añadimos que el dramaturgo mexicano logró interesar a la familia real y acabó por imponerse, el genio de Ruiz se mostrará como digno de sus agresores, a quienes contestó cumplidamente en algunos casos. Mucho se ha comentado también «su escasa fecundidad» y tampoco la observación resulta exacta, pues el dramaturgo mexicano se entrega al teatro por­que las circunstancias lo empujan, y deja, al parecer, de escribir para la escena cuan­do resuelve sus problemas económicos; es decir, no es un profesional del tipo de Lope.

Que haya escrito algunas comedias antes de su segundo viaje a España no resta vero­similitud a la afirmación, como tampoco se la restaría el hecho de que algunos escritos suyos resultaran posteriores a su nombra­miento para el Consejo de Indias. Y si pen­samos que las veinte comedias por él publi­cadas y las otras tres que indudablemente son suyas fueron en su mayoría escritas en un período de quince años, resulta muy relativamente escasa la fecundidad del ar­tista. En 1628 publicó la primera parte de sus comedias, en número de ocho: Los fa­vores del mundo, La industria y la suerte. Las paredes oyen (v.), El semejante a sí mismo, La cueva de Salamanca (v.), Mu­darse por mejorarse (v.), Todo es ventura y El desdichado es fingir; y en .1634, otras doce en una segunda parte: Los empeños de un engaño, El dueño de las estrellas, La amistad castigada,, La manganilla del Me­jilla, Ganar amigos (v.), La verdad sospe­chosa (v.), El Anticristo (v.), El tejedor de Segovia (v.), Los pechos privilegiados (v.), La prueba de las promesas, La cruel­dad por el honor y El examen de maridos (v.).

Apareció sin fecha Quien mal anda en mal acaba; se publicó en 1646 La culpa busca la pena y el agravio la venganza, y en 1653, No hay mal que por bien no ven­ga (v.). Son de peso las razones que se aducen para negarle la paternidad de una primera parte de El tejedor de Segovia, muy inferior a la segunda y seguramente escrita con posterioridad. Hemos aludido ya a la hostilidad contra Ruiz en España por parte de los colosos del Siglo de Oro, motivada indudablemente por la valía singular del hombre que llegaba del otro lado del Océa­no a disputarles galardones y aplausos. Y no cabe duda que los recelos tenían expli­cación desde un punto de vista humano, porque visto el conjunto del teatro clásico español, hoy aparece el jorobado mexicano en uno de los primeros lugares, a conti­nuación de Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, sin dejarle el cuarto lugar a ningún otro, pese a que entre los otros figuran Moreto, Rojas, Montalbán, Guillén de Castro, Mira de Amescua, Vélez de Guevara y algunos más.

Claro está que las clasificaciones de esta índole son siem­pre arriesgadas y poco rigurosas. La crítica en general ha llegado a la conclusión de que el dramaturgo mexicano se caracteriza por su ponderación, su equilibrio, su corrección en el lenguaje y en el verso, su sentido humano de la moral, en una palabra, su discreción, calidades en las que supera al resto de los dramaturgos españoles, aunque no alcanza a los mejores en finura de aná­lisis psicológico ni en habilidad para uti­lizar los recursos escénicos. Pero todo ello está sujeto a discusión. La extrañeza del desarrollo de la intriga que mostraba Mon­talbán se debe seguramente a la discreción aludida; ahora bien: ¿procedía esa psico­logía singular del comediógrafo mexicano de su origen americano o del complejo de su deformidad física? ¿O procedía quizás de ambas cosas? Lo que en otros es valen­tía, rudeza y galanura, en él es inteligencia, cortesía, bondad; el sentido del honor en su teatro es menos exigente, más humano, como procede en el hombre que se ha for­jado en un país en formación; tiene para él más importancia la conducta que la san­gre (Sólo consiste en obrar / como caballe­ro el serlo, dice don Beltrán en La verdad sospechosa); un noble, bajo disfraz de teje­dor, puede acaudillar una partida de bando­leros y obtener el perdón real después de ganar para el rey una batalla contra los moros que ya parecía perdida; doña Ana prefiere las calidades del espíritu a la apos­tura física en el galán; los héroes son me­nos héroes y los bufones, menos bufones.

Es arbitrario definir como dramas en la obra de Ruiz los que tienen desenlace trágico y llamar comedias a las demás obras: Los pechos privilegiados es un drama histórico de extraordinaria intensidad, a pesar del desenlace. Anderson Imbert sugiere sutil­mente si el rasgo mexicano más aparente en Ruiz no será el no querer hablar de Mé­xico; la sugestión es brillante, pero el hecho de hablar de los desagües en El semejante a sí mismo y las alusiones de La cueva de Salamanca minan seriamente la base de tal afirmación. Son muchos los caracteres alarconianos que pueden estar influidos más por un complejo de deformidad que por un complejo de origen; pero creemos que lo justo es buscar su mexicanidad en el mayor sentido humano de su moral y de su concepto del honor, y en la mayor libertad de acción ante la autoridad real, como ob­servamos en el caso de Jimena cuando se atreve con el rey, en Los pechos privile­giados.

En la comedia «madrileña» Los fa­vores del mundo, ya con atisbos de come­dia de costumbres, don García perdona la vida a su enemigo cuando éste invoca a la Virgen; La prueba de las promesas es una comedia de carácter cuya ficción corrige duramente la ambición que lleva consigo la ingratitud como compañero inseparable; El semejante a sí mismo es propiamente de enredo y critica la impertinencia de los celos, pues don Juan, aprovechando su pare­cido con su primo don Diego, se hace pasar por él para probar la fidelidad de su pro­metida Ana; también tiene mucho de en­redo El desdichado en fingir, que combate la ligereza en la mujer y la falta de escrú­pulos en el hombre; La manganilla de Melilla toca el tema de moros y cristianos, indispensable en la época. Éstas, con las ya estudiadas en el Diccionario con entrada propia, son las mejores piezas de Ruiz.

La crítica es unánime al señalar como sus obras maestras Las paredes oyen y La verdad sospechosa; sin embargo, nosotros estima­mos que no son inferiores y tienen aspec­tos superiores El tejedor de Segovia y Los pechos privilegiados; y también nos atre­vemos a asegurar que no quedan a gran distancia Ganar amigos, No hay mal que por bien no venga, Mudarse por mejorarse, La prueba de las promesas y El semejante a sí mismo. Este ramillete de obras maes­tras y su indudable influencia en el teatro clásico francés (Comeille), italiano (Goldoni) y español (Moreto y Moratín, entre otros) colocan al dramaturgo hispanomexicano en uno de los más altos lugares del teatro universal.

J. Sapiña