Escritor ecuatoriano que nació en Ambato en 1832 y murió en París en 1889. Una de las figuras centrales de las letras hispanoamericanas y un excelente y castizo prosista de la lengua castellana. De la misma época y del mismo pueblo que Juan León Mara (v.), representó el espíritu liberal de su país, frente al sentido conservador de su adversario. De familia acomodada, estudió en el Colegio de San Femando y en el Seminario de San Luis; inició los estudios de Derecho en la Universidad, pero no los terminó. Sin embargo, los primeros versos del joven (los únicos, pues ya no volvió a la poesía) y los primeros artículos en La Democracia, periódico propiedad de su hermano Francisco Javier, así como el talento que demostraba el muchacho, movieron al presidente Robles a facilitarle un viaje a Europa: y allá fue por vez primera, porque después volvió al viejo continente y estuvo, además, en otros países americanos, como Colombia, Panamá y Perú, huyendo de las dictaduras de García Moreno y de Veintemilla, o por asco de ellas. La localidad colombiana de Ipiales fue su punto de residencia favorito en América, y París, en Europa, aunque también pasó por Italia y España.
Montalvo fue un hombre elegante, cuidadoso de lo externo; le preocupa que la expresión sea correcta y castiza más aún que el contenido; es el hombre sereno y ecuánime que mantiene el equilibrio… hasta que estalla de indignación; entonces surge el polemista violento e implacable, el hombre liberal que se lo juega todo contra la tiranía, el buen cristiano que es enemigo irreconciliable de la superstición, del fanatismo y de los abusos de los malos sacerdotes. Pero hasta en la diatriba y en la injuria conserva la majestad de su elegancia verbal, convencido de sí mismo, de su razón y de la necesidad de hacerlo todo con estética. Y cuando se siente morir, a pesar de la modestia de sus recursos, se viste sus mejores ropas para esperar debidamente a la Muerte, y pide que le lleven flores, porque un cadáver sin flores siempre lo entristeció. Pese al gran aparato teatral de su vida, Montalvo está lo más lejos posible del histrión, porque es sincero, su alma y su obra están llenas de grandeza, y son un modelo excepcional de gallardía y de civismo en la vida de su pueblo y de Hispanoamérica. En Madrid no lo quisieron nombrar académico correspondiente porque les asustaba la modernidad de su catolicismo, y la Academia Ecuatoriana de la Lengua se fundó sin contar con él (1875). Tampoco Bello contó con la simpatía académica: pero uno y otro son renovadores de la lengua castellana desde el punto de vista gramatical y estilístico, respectivamente. Montalvo es un gran periodista, como lo acreditan sus publicaciones El Cosmopolita (v.) y El Regenerador (1876-1878).
Es un polemista de primer orden, como se advierte en las Catilinarias que escribió contra el dictador Ignacio Veintemilla (1880): mas en toda su prosa polémica es un verdadero orador que domina como pocos la invectiva; cuando se entera de la muerte del dictador García Moreno, exclama: «Mi pluma lo mató». Es un ensayista de altura, verdadero iniciador del ensayo en Hispanoamérica con sus Siete tratados (v.), complementados con otro posterior, titulado Geometría moral; los títulos completos de los siete tratados son: De la nobleza; De la belleza en el género humano; Réplica a un sofista seudo-católico; Del Genio: Los héroes de la emancipación sudamericana; Los banquetes de los filósofos, y El Buscapié, ensayo que sirve de prólogo a los Capítulos a que nos vamos inmediatamente a referir. Mención aparte merece El Espectador, colección en ensayos breves iniciada en 1886 y que «hicieron pasar muy buenos ratos» a Menéndez Pelayo, según carta suya de septiembre de 1887. Y es, en fin, un excelente novelista, no sólo por algunas de sus novelas cortas, como La flor de nieve, sino también por ese monumento literario cervantino que tituló Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, que se publicaron después de su muerte por iniciativa del gobierno liberal de Eloy Alfaro.
El título completo es: Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, ensayo de imitación de un libro inimitable. Y en efecto, en la fantasía novelesca del autor, sorprendentemente identificado con la lengua y el espíritu de Cervantes, prevalece el ensayo sobre la novela. La cuarta salida de Don Quijote y Sancho, ideada por Montalvo, era audaz y peligrosísima; sin embargo, se realiza con verdadera dignidad y arte en manos de este gran escritor ecuatoriano, orgullo de su país y de las letras hispanoamericanas.
J. Sapiña