Nació en Londres el 21 de febrero de 1801 y murió en Edgbaston (Birmingham) el 11 de agosto de 1890. Espíritu sensible, tuvo ya a los dieciséis años una «primera conversión», en la que adquirió «conciencia de lo que es un dogma» y el presentimiento de ser llamado a la gloria eterna. Bachiller en Oxford (1820), estudiante de Teología, fue coadjutor anglicano en una parroquia de Oxford (1824), profesor después en el Oriel College (1826) y párroco al mismo tiempo. Habiéndose separado gradualmente de su primera dirección espiritual y de E. Hawkins, contrajo nuevas amistades, especialmente con R. H. Froude, y habiendo abandonado la enseñanza (1832), hizo con éste un largo viaje por el Mediterráneo, que continuó él solo por Sicilia, donde enfermó gravemente. Sintió entonces acrecentado el fervor religioso y el sentimiento de tener una misión que cumplir; y al regreso a su patria (diciembre de 1833) quedó conmovido, él también, por aquel sermón de J. Keble sobre la «apostasía nacional», que puede decirse que señaló la iniciación del «Movimiento de Oxford».
Movimiento en ciertos aspectos totalmente romántico y tradicionalista, opuesto, por lo tanto, a las «novedades» dogmáticas del protestantismo luterano y calvinista o a los entusiasmos apocalípticos, así como a los «abusos» y a la «corrupción» del catolicismo; de donde la confesión anglicana aparecía como un virtuoso y feliz «camino medio». Pero sobre Newman habían de influir los estudios de patrística y de historia eclesiástica (The Arians of the Fourth Century, 1833). Aquel camino intermedio le recordaba a los semiarrianos del siglo IV. Si por un lado San Atanasio le enseñaba que la Iglesia debe mantenerse independiente del Estado, por otra parte aprendía en S. Ottato de Milevi que los Sacramentos son eficaces por sí mismos «ex opere operato». Con ello, el anglicanismo de Newman entraba ya en crisis. Renunció a su parroquia, retirándose a Littlemore. Muchos de sus amigos se convertían; él esperó. Subsistía el problema de si la Iglesia católica había conservado verdaderamente intacto el depósito de la fe; y si las innovaciones habían sido legítimas. Para convencerse a sí mismo en primer lugar, escribió el célebre Essay on the Development of the Christian Doctrine, dando como conclusión, en términos generales, que los elementos inmutables del cristianismo se habían conservado aun estando dotados de una perenne facultad de asimilación. Y el 9 de octubre de 1845 Newman se hizo católico.
Se dirigió después a Roma, y allí fue ordenado de sacerdote (1847). El 1. ° de febrero siguiente fundó el oratorio de Maryvale; mientras tanto, justificaba su conversión publicando, sin firma, Loss and Gain (1848); en 1852 se trasladó a la casa de Edgbaston, junto a Birmingham. Pero aunque el obispo Ullathorne le quería mucho, el sentido de su propia misión y su temperamento combativo impulsan a Newman a participar en la discusión provocada por el restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra (fue condenado a una multa a consecuencia de una disputa con el dominico Aquiles) y a tomar iniciativas que fracasaron, como la revista The Rambler y el proyecto de un colegio para católicos en Oxford. En lugar de éste, se creó la Universidad católica de Dublín, de la que Newman llegó a ser rector. De ello extrajo incentivo para escribir On the Scope and Nature of a University Education, convertido después en The Idea of a University. En él, la designación de la Teología como ciencia deductiva y otras ideas son una anticipación de la célebre Gramática del asentimiento (v.).
Pero continuó encontrándose en situaciones difíciles: sospechoso para muchos católicos, entre los cuales — muy alejado de él por temperamento — Manning, entonces primado de Inglaterra y cardenal; atacado por antiguos amigos que habían continuado siendo anglicanos, C. Kignsley y E. B. Pusey, a los que se esforzaba en mostrar que una fe católica total y sincera (de aquí la autobiografía espiritual Apología pro vita sua, v.) podía muy bien no entrar en los cálculos del cardenal ultramontano. Newman no tomó parte alguna en el Concilio Vaticano; pero una carta suya dirigida al moderado obispo Ullathorne, publicada en forma alterada, suscitó una tempestad. Newman consideraba inoportuna por el momento la proclamación del dogma de la infalibilidad y no aprobaba la conducta de Manning frente a los prelados vacilantes o contrarios. Sin embargo, defendió más tarde, contra Gladstone, las conclusiones del Concilio. Los católicos ingleses consideraban cada vez más a Newman como su más descollante apologista, apreciado incluso por los no católicos. El Trinity College de Oxford le nombró miembro (fellow) honorario (1877), León XIII le hizo cardenal (1879) diácono de San Jorge en Velabro.
Teólogo, orador, historiador y poeta (como en los himnos, entre los cuales es célebre el relativo al «pilar de la nube» que guiaba a los hebreos en el desierto: Guíame, luz de bondad v. y el Sueño de Geroncio, v.), ejerció grandísima influencia; pero su obra se prestó a diversas interpretaciones. Los modernistas le’ consideran casi como un precursor, y no faltan las reservas por parte de los más ortodoxos y conservadores teólogos católicos, reservas que se van atenuando poco a poco, reconociéndose — incluso por Pío X — la total y sustancial ortodoxia de sus conclusiones, entendidas, como deben entenderse, históricamente.
A. Pincherle