Israel Zangwill

Nació en Londres el 14 de febrero de 1864 y murió en Midhurst el 1.° de agosto de 1926. Estudió en Plymouth, en Bristol y en la escuela judía del East End londinense, donde trabajó luego en ca­lidad de profesor. Pronto, empero, abandonó la enseñanza en favor del periodismo, que posiblemente respondía mejor a la vocación que hizo de él uno de los más fervorosos defensores del humanitarismo democrático, algo utópico, de los primeros años de nues­tro siglo. No solamente por los estrechos vínculos de sus orígenes, sino también por­que «el pueblo del Crucificado» parecióle siempre «el crucificado entre los pueblos» desarrolló un verdadero apostolado en bene­ficio de sus correligionarios, y dedicó gran­des esfuerzos a la solución del problema principal con que se enfrentaban los judíos de su época: la búsqueda de una patria.

Adhirióse, al principio, a la solución sio­nista, y fue delegado en los siete congresos del movimiento. Sin embargo, llegado a re­petidas divergencias con la política oficial del sionismo, después del sexto congreso fundó con otros la J. T. O. («Jewis Territo­rial Organizat’ion»), a la que consagró sus mejores energías; el resultado práctico, em­pero, no correspondió a las esperanzas. Ade­más de pensador y apóstol, Zangwill fue también, y quizá por encima de todo, un artista. Indudablemente, algunas de sus obras, en particular los dramas, como The Melting Pot (1908), y varios textos de los años posterio­res, como The War of the World (1916) y The Voice of Jerusalem (1920), son, más que nada, escritos de propaganda y de afirma­ción.

Existe, sin embargo, una abundante producción de nuestro autor ajena a cual­quier intención extraliteraria y sometida únicamente a la suprema ley de la poesía, aunque en ningún caso deja netamente su carácter hebraico. No se equivocan quienes le consideran creador, en lengua inglesa, de la literatura judía moderna. El autor ve la expresión más auténtica del hebraísmo en el ghetto, custodio de la tradición ortodoxa. En textos como Los hijos del ghetto (1892, v.), Ghetto Tragedies (1893 y 1899), The King of Schnorrers (1894), y Ghetto Come­dies (1907) revive en sí los aspectos trágicos y cómicos de los barrios judíos, o, mejor, los tragicómicos, caracterizados por el hu­mor corrosivo de la raza. No estaría en lo cierto, empero, quien redujera a Zangwill a la condición de pintor — siquiera muy logra­do — del ghetto.

Sus héroes, en realidad, parecen interesarle mucho más cuando salen de su ambiente racial y se aproximan a las culturas occidentales. En ello tuvo su origen la obra Dreamers of the Ghetto (1898), don­de precisamente se debaten las divergencias entre ghetto y cultura. Los quince héroes pretenden conciliar el Dios de los padres con las soluciones dadas por las distintas civilizaciones ial problema de la divinidad. Sus sueños, empero, no se realizan: los quin­ce son y se sienten fracasados; el último de ellos, en quien se resumen todos, no logra sobrevivir a la desilusión. Esa tortura real la sufrió el mismo Zangwill, que fue también, hasta cierto punto, un soñador del ghetto. El autor, empero, estaba mejor armado que sus héroes contra todos los desengaños. Pre­cisamente por su tendencia a la utopía, a la cual ya hemos aludido, halló consuelo al fracaso de sus ilusiones al considerar a éstas en sí mismas.

No por casualidad dejó vivir la J. T. O. incluso cuando tal entidad había dejado ya de tener toda razón práctica de existencia. Posiblemente ninguno de los per­sonajes de Zangwill nos ayuda tanto a compren­derle como el hijo del ghetto—-el anciano Hyams — que, cuando, ya solo en el mundo, consigue ver el Jordán por tanto tiempo soñado, descubre que la Jerusalén caótica donde las sinagogas se perdían entre mina­retes y cúpulas es la franca antítesis de la de sus sueños, y, sin embargo, no se da por vencido, y cada viernes, sin preocuparse de las burlas de quienes le contemplan, toca las piedras del Muro de las Lamentaciones.

E. Levi