Nació en 436 a. de C. en Atenas, en el demos de Erquias. Hijo de un tal Teodoro, rico fabricante de instrumentos musicales, recibió una educación esmerada, y fue discípulo de Pródico y de los retóricos Gorgias, Tisias y Teramenes. Mantuvo también relaciones con la escuela socrática: al final del Fedro de Platón le augura Sócrates un gran porvenir. A consecuencia de la guerra del Peloponeso perdió casi todos sus bienes. Por aquel entonces, en 402, dedicóse a la abogacía; pero como en tal actividad no obtuviera el éxito esperado, decidió, al cabo de un decenio, dedicarse a la enseñanza. Una timidez innata e invencible y una voz excesivamente débil le impidieron entregarse a la vida política activa. Estableció, púes, una escuela de elocuencia, al principio en Quíos, con nueve discípulos, y después, en 388, en Atenas; los estudios duraban unos tres o cuatro años, y cada mes tenía lugar una competición relativa a las materias estudiadas y cuyo premio era una corona.
En el curso de la labor escolar se tendía no solamente a dar preceptos retóricos, sino también a la formación de los alumnos en la cultura general y la ciencia práctica. Muy pronto la escuela de I. se hizo famosa y oscureció las de los maestros más célebres, cual Policrates y Alcidamantes. Muchos de los discursos de aquél llegados hasta nosotros son precisamente ejercicios que compuso como modelos para sus discípulos. Entre éstos figuraron los políticos Timoteo y Laodamantes, los historiadores Eforo y Teopompo, los trágicos Teodectes y Astidamantes y los oradores Iseo, Licurgo, Esquines e Hipérides. I. mantuvo relación con personajes eminentes: así, por ejemplo, con Evágoras, el rey de Chipre Nicocles, Arquídamos de Esparta y Filipo de Macedonia. Adversario suyo fue Aristóteles, quien juzgaba un error dejarle hablar. Nuestro retórico rendía culto a la forma, al estilo riguroso e impecable, al que Alcidamantes oponía el elogio de la improvisación audaz.
El ideal político de I., que él mismo expuso en varias obras influidas siempre por las distintas condiciones políticas de los años en los cuales fueron compuestas (Panegírico, v.; Plateico, Sobre la paz, Areopagitico, Filipo, v.; Panatenaico, v.), es la unión de los helenos contra los bárbaros, deseada por él primeramente bajo el binomio Atenas- Esparta, equivalente a la colaboración entre el poderío naval y el terrestre, y luego, una vez decaídas estas dos potencias militares, bajo la hegemonía de Filipo, a quien, siempre contra los bárbaros persas, hubiese querido ver al frente de las ciudades griegas. Según cierta leyenda, I. murió de pena — o bien pereció voluntariamente de hambre — a los noventa y ocho años, cuando, tras, la batalla de Queronea, vio destruido, junto con la libertad ateniense, su ideal; en realidad, parece haber sufrido una dolencia que le impidió alimentarse. Durante los últimos años de su vida había contraído matrimonio con Platanes, viuda del sofista Hipias y madre del orador y trágico Afareo.
V. De Falco