Hoene Wronski

Matemático y filósofo polaco. Nació en Wolsztyn (Posnania) el 24 de agosto de 1776 y murió en París el 9 de agos­to de 1853. Wronski representa, llevados al ex­tremo, los defectos y las cualidades de una época que, consciente de ser la aurora de un mundo nuevo, experimentó la doble embriaguez del racionalismo y la mística, de la ciencia y el profetismo, del rigor y la audacia. Ofrece Wronski una extraordinaria mes­colanza de racionalismo, de oscuridad, de presciencia genial, de confusión, de extrava­gancia, todo ello en una atmósfera de in­quietud y de instabilidad que refleja sin duda el drama de su infortunada patria. Oficial de artillería a los dieciséis años, comenzó su vida de hombre en la lucha por la independencia de Polonia, en las filas del ejército de Kosciuszko.

Prisionero de los rusos el 10 de octubre de 1794, en Maciejowice, pasa entonces a ser oficial de arti­llería ruso, paradoja que nunca ha podido ser completamente aclarada. Kosciuszko le sigue considerando como un poderoso arte­sano de la causa polaca. En 1797 lo encon­tramos en Alemania, en Königsberg, estu­diando Derecho, Filosofía y Matemáticas. Al saber que la legión Dombrowski reagrupa a los patriotas polacos, va a Marsella para alistarse. Su primera obra filosófica: Filoso­fía crítica, fundada en el primer principio del ser humano, publicada en Marsella en 1803, parece haber sido la primera obra escrita en francés que discute la filosofía de Kant — ya que el libro de Mme. Stael De l’Allemagne no aparecerá hasta 1810 —. Pero como sus contemporáneos alemanes Fichte y sobre todo Schelling, Wronski rebasa el relativismo kantiano para afirmar la posibi­lidad que tiene el hombre de alcanzar lo Absoluto.

En una iluminación decisiva, Wronski descubre este Absoluto, el 15 de agosto de 1803. A partir de este momento nuestro autor dedica casi toda su atención a las Matemá­ticas; trabaja en el Observatorio de Marse­lla, de 1803 a 1810, por recomendación del astrónomo Lalande. En este último año sufre un grave contratiempo: la memoria que presenta a la Academia de Ciencias de París le concita la hostilidad de los medios cientí­ficos; conoce entonces la miseria más trá­gica. Su mujer, una Sarrazin de Montferrier, cae gravemente enferma, y su hijita muere. Para subsistir se ve obligado a dar lecciones de Matemáticas en un pensionado de Montmartre. En 1814 establece un extraño con­tacto con el banquero Arson: éste deberá entregarle cincuenta mil francos al contado y ciento cincuenta mil más dentro de un determinado plazo, a cambio de lo cual Wronski le revelará lo Absoluto. La revelación tuvo efecto el 8 de octubre de 1814, y Arson diose por satisfecho.

Pero pronto comprendió la enormidad de las exigencias pecuniarias de Wronski: siguióse de ello un proceso que di­virtió mucho a los contemporáneos. Los jue­ces permitieron a Wronski guardar los cincuenta mil francos que había cobrado y liberaron a Arson de pagar los ciento cincuenta mil francos restantes estipulados en el contrato. Pero la generosidad del banquero permite al matemático construir máquinas y realizar inventos que el ingenio de Wronski concibe sin cesar. La más curiosa de estas máquinas es el prognoscopio o prognómetro, esfera que es a la vez un resumen de todas las ciencias y un medio de leer científicamente en el porvenir; este aparato, que fue adquirido por Eliphas Levi, y que más tarde pasó a poder del conde Mniszech, existe quizás aún en casa de algún oculista. La actividad lite­raria de Wronski no menguaba. Desde 1811 hasta 1821 compondría casi cada año una obra re­ferente a filosofía de las matemáticas, sin­gularmente la Filosofía del infinito (1814). Su doctrina no constituye únicamente un esfuerzo por resolver el enigma del univer­so, filosófica y matemáticamente. Es, además el «mesianismo» (v. Mesianismo), es decir, la doctrina «que debe revelar las direcciones finales de todas las realidades que el hom­bre, en su cualidad de ser racional, dotado de una espontaneidad creadora, debe pro­ducir para completar el universo».

Wronski fue el profeta de la época racional, la sexta época de la historia del mundo que iba a llegar y que apaciguaría los conflictos bajo la dirección de la «asociación mesiánica di­rectora de la humanidad». Polonia debía desempeñar su papel en la elaboración de ese mesianismo y preparar la «futura fede­ración de las naciones». Mickiewicz, Slowacki, Towianski, tomarán esta idea (y Wronski les reprochará el plagio). Nuestro hombre cumplió su misión de profeta del mesianis­mo, enviando sin tregua memorias a las autoridades espirituales y políticas. En 1827 escribió al papa León XII y envió sus libros al zar. En 1847 publica su Memorial a las naciones eslavas sobre los destinos del mun­do y Mesianismo o Reforma absoluta del saber humano; en 1848, el Memorial a las naciones civilizadas sobre su siniestro desor­den revolucionario; la Epístola al príncipe Czartoryski sobre los destinos de Polonia; en 1851, la Epístola al emperador de Rusia, ofreciendo la explicación definitiva del Uni­verso físico y moral.

El mismo año se dirige al futuro Napoleón III para aconsejarle un golpe de Estado. Entretanto sus preocupa­ciones prácticas no le abandonan: en 1837 concibe el proyecto de «raíles móviles o caminos de hierro movibles»; eran las futu­ras orugas de los tanques. De 1838 a 1852 animará una infatigable campaña por la reforma de los ferrocarriles, entonces en pleno desarrollo en Europa. Otros mecenas, E. Thayer, C. Durutte, han reemplazado a Arson en la ayuda al extraño profeta. Con todo, la miseria vuelve periódicamente. El 15 de abril de 1853 intenta organizar en la Biblioteca polaca una serie de conferencias, pero el proyecto también fracasa. Wronski cae en­fermo. Su mujer escribe a Napoleón III so­licitando un socorro que será concedido. Pero el 9 de agosto del mismo año, la muerte le abate.

Es enterrado en el cementerio de Neuilly. Wronski fue, en vida, la admiración de sus contemporáneos. Balzac, singularmente, lo convierte en personaje de algunas de sus no­velas: La busca de lo absoluto (v.) [Wierzchownia], La piel de zapa (v.) [Planchette], Les Martyris ignorés [Grodninski]. Después de su muerte, su influencia se ejerció sobre todo en los medios oculistas, gracias a Eli­phas Levi que le conociera en 1849.