Nació el 1.° de agosto de 1819 en Nueva York y murió en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. La oscuridad que envuelve la vida de Melville se hace más profunda a medida que los hechos se hacen más claros. Gran parte de tal oscuridad deriva de la tormentosa confusión de su mente. Todavía no es posible ninguna biografía objetiva de nuestro autor. Descendía por parte de padre de comerciantes ingleses, y por parte de madre de patricios holandeses. Los psicólogos consideran que podrían encontrarse en la prematura muerte de su padre (apresurada por desastres financieros) y en la imperiosa ternura prodigada por la madre al huérfano, el origen de los conflictos no resueltos — intelectuales, emotivos, sexuales — que afectaron su vida y su obra. Las experiencias importantes de sus primeros años pueden ser conjeturadas solamente por las simbólicas transmutaciones contenidas en Pierre (v.). Es evidente que estas experiencias fueron preeminentemente de un género que hoy llamaríamos «freudiano».
Parece igualmente incontestable que una parte importante de la vida creadora de Melville consistió en una investigación de los medios gracias a los cuales fuera posible transmutar simbólicamente estas experiencias en literatura — en virtud de lo cual lo «psicológico» pudiera transformarse en espiritual, y lo inexpresable pudiera expresarse. Pero de los innumerables lenguajes expresivos a los que recurre — desde la teología y la filosofía a la tragedia isabelina y a la novela gótica — pocos fueron adecuados a sus necesidades; y su falta de adecuación (que no sólo fue debida a la carencia de una instrucción formal) contribuyó mucho a la sucesiva desesperación de Melville La desesperación, sin embargo, no fue ciertamente la nota dominante de su juventud, caracterizada más bien por una vaga inquietud, por «un eterno anhelo de cosas remotas». El primer impulso hacia lo remoto lo tuvo a los diecinueve años, cuando realizó la travesía a Liverpool como marinero, novelada en Red- bum (v.); el segundo, cuando a los veintidós, después de una tentativa de enseñanza en el campo, se enroló en la tripulación del ballenero «Acushnet». En pleno Pacífico, abandonó Melville la nave con un compañero y penetró en el interior de una de las islas Marquesas, donde vivió breve tiempo «entre los caníbales». Recogido por una nave australiana, encabezó un pequeño motín a bordo, desembarcó de nuevo en Tahití, vivió otra vez entre indígenas, marchó a Honolulú, enrolóse de nuevo en la tripulación de una fragata de la marina norteamericana, y después de un viaje de catorce meses en tomo al cabo de Hornos, desembarcó en Boston en 1844. De estos viajes — que su imaginación sólo absorbió poco a poco y que poco a poco fue interpretando como viajes por regiones remotas, no de la tierra, sino del espíritu—extrajo el material esencial de sus obras en los siguientes diecisiete años.
Typee (v.) y Omoo (v.) sólo fueron relatos novelados de sus aventuras en las islas del Pacífico. Pero se respiraba en ellos una pasión por los espacios abiertos, por los horizontes lejanos, por «lo natural» en su íntegra y salvaje majestuosidad que anunciaba una afinidad imaginativa con James Fenimore Cooper (v.), y aún superaba a éste asumiendo dimensiones metafísicas más bien que simplemente legendarias. En estos relatos estaba presente, además, la primera confusa intuición de que la solución del enigma del universo podía encontrarse más allá o «fuera» de las formas o categorías tradicionales del espíritu conocidas por la cultura occidental. Ambos libros obtuvieron un éxito inmediato de público; y Melville era ya un reconocido escritor de aventuras en los mares del Sur cuando se casó en 1847 con la hija de un ilustre juez y se estableció en Nueva York, donde fue acogido en un alegre círculo de aficionados a la literatura. Tres años transcurrieron antes de que se diera cuenta de que la vida literaria, como la comprendía aquel círculo, no tenía nada de común con la literatura tal como él la entendía. Mientras tanto, su imaginación estalló como una granada en Mardi y un viaje más allá (v.), que pareció otra aventura en los mares del Sur y que en realidad era un amasijo de alegoría, simbolismo, poesía, sátira política, metafísica de aficionado y el contenido semiasimilado del centenar de libros que había leído en el mar.
Naturalmente, la obra fracasó; fue una indicación de lo que tenía que ocurrir. Pero todavía no. En Redbum, inmediatamente después, volvió Melville al terreno seguro de la narrativa directa y autobiográfica. Cazadora blanca (v.) fue un circunstanciado relato, embellecido con reminiscencias literarias, de sus experiencias en la Marina norteamericana; fue el último de sus libros que despertó el interés público. Su retiro, en 1850, a la soledad de una casa de campo en Pittsfield (Massachusetts occidental), supone, en realidad, una tentativa de refugiarse en las profundidades de la imaginación. De estas profundidades emergió Moby Dick (v.), el relato de un viaje a las regiones inexploradas del espíritu, destinado a convertirse en enigmático monumento de la literatura mundial del siglo. Pero no inmediatamente. Ni fue sorprendente que tal obra topara con la incomprensión. Melville se había aventurado en un terreno que, ni siquiera en Europa, estaba presto a ser explotado; había representado en la fábula apocalíptica de Acab (v.) y de la gran ballena blanca Moby Dick (v.) nada menos que el desorden de la mente occidental que intentaba quebrantar las contradicciones! morales, sentimentales y dramáticas contenidas en su misma sustancia ancestral, traspasar los límites de la propia intolerable identidad, librarse de las tinieblas y de la angustia de la «condition humaine» occidental. Sólo después de la primera Guerra Mundial, cuando fue «descubierto» Melville, encontró lectores capaces de intuir lo que representaba; y no hay dos lectores que se hallen de acuerdo. A esta novela siguieron años de humillante pobreza, de enfermedad, de desdichas conyugales, de desesperación. Durante algún tiempo continuó Melville escribiendo y publicando en revistas los cuentos reunidos en Cuentos del mirador (v.); la fábula de Bartleby (v.), encarnación de una gran negativa espiritual; The encantadas, imágenes de desolación plena.
En 1885 apareció Israel Potter (v.), una aventura picaresca escrita para ganar dinero, que pasó inadvertida. La desesperación y el desengaño alcanzaron su punto máximo en 1875 con las salvajes y amargas páginas de El hombre de confianza y sus máscaras (v.), una obra que todavía hoy, desde cualquier punto de vista, excepto el de su finalidad genérica, escapa a un análisis coherente. Puede afirmarse que con ella dijo Melville su última palabra en el campo de la prosa. Tras haberla completado, se embarcó para un viaje por el Mediterráneo y Tierra Santa (descrito en un Journal un the Straits, pub. en 1935); tres años más tarde, realizó un viaje en torno al cabo de Hornos con un hermano suyo, capitán mercante; siempre había para Melville algún viaje que hacer, pero ninguno de los cabos doblados era el que buscaba. Los 34 años de silencio literario que siguieron a El hombre de confianza fueron interrumpidos dos veces. En 1866 apareció un volumen de versos — Poesías de batalla (v.) — inspirado en las meditaciones de Melville sobre la guerra civil; sólo hace poco ha sido posible discernir bajo las dificultades de la prosodia su áspera fuerza poética. En aquel mismo año le fue ofrecido un empleo en la Aduana de Nueva York que le proporcionó un modesto ingreso para casi todo el resto de su vida.
Clarel (1876), inmensa obra de narrativa filosófica en verso, contiene confusas alusiones a una tentativa de reconciliación con el Universo; pero su significado continúa siendo oscuro. Después, de nuevo el silencio. Pocos meses antes de morir, en 1891, completó Melville el manuscrito de Billy Budd (v.) no publicado hasta 1924. Los críticos, para los que la distinción entre Cristo y Shakespeare es insegura como lo fue para Melville, aseguran que en el libro se encuentra una «serenidad que supera la desesperación» cristiano-shakespeariana; la relativa pureza de tono y de ejecución de la obra permite pensar que pueden tener razón; si es así, debe deducirse que con el corazón y la mente extenuados, Melville había renunciado a la caza de la ballena para morir en una tradicional serenidad.
S. Geist